Mons. Antonio Algora No es mal principio del verano que se acerca, comenzarlo con la actitud de reconocer y agradecer a Dios todo lo que, con su ayuda providente, hemos sido capaces de realizar a lo largo de todo un curso escolar, laboral, pastoral o, sin olvidarnos de los parados, de la capacidad de lucha y de reacción en la búsqueda de una solución a los problemas sobrevenidos. Hacer un buen balance de lo que ha sido el curso apoyados en el que el Señor siempre está dispuesto a cargar con los déficit.
Si la semana pasada hablaba de miedos y temores entre nosotros, hoy es momento de reconocimiento agradecido del don de la vida y del merecido descanso. Muchas veces esto se entiende como alienación, inhibición y olvido momentáneo de los múltiples problemas que nos acosan y, me temo, que, cuando es así, no es más que abrir un paréntesis artificial que se suele cerrar con el consabido síndrome posvacacional capaz de acabar en sufrimiento y desesperanza.
Otra cosa muy distinta es planificar un tiempo veraniego de mejor clima y acercamiento a la naturaleza del mar, la montaña o el pueblo de menor densidad poblacional, para ocupar momentos de reconocimiento y agradecimiento por la acción de Dios sobre nosotros y nuestras familias: momentos más intensos para hablar con quien sabemos que nos ama y que no es indiferente ante ni uno solo de los cabellos que caen de nuestras cabezas en su amor providente.
Ocupar un tiempo en estar abiertos, también, al cariño que nos brindan los otros en el seno familiar, vecinal y patronal, en las fiestas del barrio o el pueblo. Abiertos a las ocasiones en las que podemos percibir realmente lo que los demás piensan y opinan, lejos de los duros trabajos del curso, relajados de la tensión obligada por los negocios, los horarios y las obligaciones. Necesitamos de la relación gratuita y amable. Sencillamente es abrir espacios de reflexión y trato con los demás que crean las condiciones humanas que se niegan en el barullo de la vida ciudadana de las prisas y la competitividad.
La llamada de atención y la precaución que debemos tomar es advertir del peligro de continuar con hábitos y costumbres de los meses anteriores que nos lanzan a la velocidad del viaje, a la tensión del tráfico denso, a las prisas por disfrutar a tope de todo lo que se ponga a tiro, pensando que el tiempo se acaba y que hay que aprovechar las ocasiones.
En el verano, también nuestra fe nos invita a buscar en nuestro interior a Jesucristo y en Él a la humanidad que sufre y goza. Os propongo para estas vacaciones la lectura tranquila y sosegada del comienzo de la Gaudium et Spes, constitución conciliar, ahora que estamos viviendo el 50 aniversario del Vaticano II: «Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón. La comunidad cristiana está integrada por hombres que, reunidos en Cristo, son guiados por el Espíritu Santo en su peregrinar hacia el reino del Padre y han recibido la buena nueva de la salvación para comunicarla a todos. La Iglesia por ello se siente íntima y realmente solidaria del genero humano y de su historia».
Abiertos a Dios y a los demás recuperemos al nervio perdido a veces a causa de una vida diaria llena de tensión y falta de sosiego. ¡¡¡Felices vacaciones!!!
Vuestro obispo,
+Antonio Algora
Obispo de Ciudad Real