Mons. Agustí Cortés Ya damos por sabido que los grandes creyentes han sido siempre grandes buscadores. El camino de búsqueda viene a ser siempre esencialmente el mismo, pero en la práctica hay tantos como personas: cada una hace el suyo propio. Podemos conocer el camino de búsqueda de Samuel Stehman a través de algunas de sus palabras de fe contenidas en su libro El Dios que yo ignoraba.
Así expresaba su sentimiento al concluir lo que podríamos considerar el primer paso de su búsqueda:
“¡Qué recuerdo tengo de aquel pobre hombre excepcional! Diez años más tarde tuvo un fin digno de una novela de Dostoievski: se suicidó al darse cuenta del fracaso de una santidad sin Dios”.
Se refería a un gran profesor de lengua y cultura griega, hombre admirable, sumamente atractivo, culto y humanista, cercano y amable, persona de grandes ideales y agnóstico. La influencia de este profesor en la vida de Samuel Stehman fue decisiva. Significó la apertura al mundo del espíritu. Dirá: “este hombre me descubrió, no el mundo griego, sino el mundo del alma humana”. En el conjunto de su trayectoria venía a significar lo que Cicerón y los académicos en la vida de San Agustín.
Pero nos sorprende esta afirmación tan rotunda de que se suicidó a causa de su empeño por llevar adelante una vida santa prescindiendo de Dios. El deseo del profesor era llegar a vivir hasta la perfección una ética humana no religiosa. ¿Qué le llevó al suicidio? ¿No poder integrar el fracaso, el “pecado” humano propio y ajeno? ¿La comprobación de no poder alcanzar la felicidad? ¿La ausencia de reconocimiento social? ¿No encontrar un sentido último al esfuerzo por ser perfecto?…
Lo que sí sabemos es que a Samuel Stehman aquel testimonio de humanismo le sirvió, aunque sin saber por qué, para pensar en Jesús como hombre perfecto, sin ninguna connotación religiosa, él que
se había educado en un ambiente totalmente agnóstico y ateo. Le atraía de Jesús su paradoja: ser, al mismo tiempo, testigo del sufrimiento humano y maestro de la alegría.
Pero aún le quedaba un amplio margen de insatisfacción. Él quería saber dónde estaba la verdad, no como cuestión de curiosidad intelectual, sino como Verdad de la Vida. Esa Verdad que le debía venir de fuera y que le permitiera vivir con sentido y esperanza, no sólo la belleza de la vida humana, sino también sus contradicciones y sus fracasos.
“Más tarde, en la Imitación de Cristo encontré las palabras que resumen todo esto en una especie de oración. No hay otras tan expresivas ni tan mías como estas: Oh Dios que eres la Verdad, haced que yo sea uno con vos en un amor eterno”.
Así la Verdad en el amor se le hizo cercana precisamente respirando el aire de la amistad. Su amigo Axel le descubrió la Verdad de la fe plasmada en el arte y su amiga Jeanne le proporcionó el regalo impagable de la empatía y la comunicación en su búsqueda: gracias a ella logró confesar (hacer consciente y formular) su fe – amor a Cristo. “¿Por qué no sigues siendo judío?”, le dijo ella. “Porque prefiero a Cristo”, respondió él casi sin pensarlo… Y después explicó:
“Había encontrado el origen radical, el punto de partida de todo y de mí mismo, el secreto inicial, la clave, tomada en sentido musical. El mundo toca en Dios mayor”.
† Agustí Cortés Soriano
Obispo de Sant Feliu de Llobregat