Mons. José María Yanguas Queridos diocesanos:
La celebración de la solemnidad de los santos Apóstoles San Pedro y San Pablo pone de nuevo ante nuevos ojos estas dos figuras de discípulos que brillan con luz propia en el horizonte de la Iglesia fundada por Jesucristo: la de Pablo, infatigable predicador del Evangelio, y la de Pedro, primero de los discípulos del Señor, a quien confió la misión de presidir el Colegio Apostólico y asegurar la unidad.
Pedro es la piedra sobre la que el Señor Jesús quiso edificar su Iglesia: “Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará” (Mt 16, 18). La fortaleza, la seguridad, la firmeza de la piedra le viene a Pedro de Cristo, su Señor. No fue elegido para la misión que el Señor le confió porque tuviera unas cualidades extraordinarias, superiores a las de los demás Apóstoles; porque fuera más inteligente o culto, o porque poseyera un más elevado grado de santidad. También en el caso de Pedro, el Señor lo eligió como primero de los Apóstoles “porque quiso”.
Su fuerza era prestada, se apoyaba en la oración de Jesús: “Simón, Simón, mira que Satanás os ha reclamado para cribaros como el trigo. Pero yo he pedido por ti para, para que tu fe no se apague. Y tú, cuando te hayas convertido, confirma a tus hermanos” (Lc 22, 31-32).
Los Obispos son los sucesores de los Apóstoles y todos juntos forman un Colegio. Los Apóstoles y sus sucesores los Obispos han recibido el poder de Cristo para regir y guiar a la Iglesia. Les confió la misión de enseñar a todas las gentes y de predicar el Evangelio a toda creatura. El Señor les entregó las llaves del Reino, símbolo de su poder y autoridad, de manera que todo lo que aten o desaten en la tierra quedará igualmente atado o desatado en el cielo.
Este Colegio Apostólico tiene como Cabeza visible al Papa, Obispo de Roma y sucesor del apóstol Pedro. El poder de las llaves, como dice San León Magno, fue comunicado a todos los Apóstoles: “al confiar semejante prerrogativa, no sin razón se dirigió el Señor a uno solo, aunque hablase para todos. Esta autoridad quedó confiada de un modo singular a Pedro, porque él fue constituido cabeza de todos los pastores en la Iglesia”. Si es tarea común de los Apóstoles hacer que todos en ella digamos lo mismo y tengamos un mismo pensar y un mismo sentir, evitando discordias y divisiones (cf. 1Co, 1,10), de manera muy particular corresponde a Pedro la función de ser vínculo de unión y de asegurar la unidad en la Iglesia. Sabedor de que la división es señal y causa de muerte; de que el Reino de Dios, como todo otro reino, no puede subsistir si está divido, El Señor hizo de la unidad objeto especial de su oración y la aseguró institucionalmente mediante el servicio de los Obispos, de modo particular otorgando a Pedro el ministerio de la unidad. Como afirma el Concilio, “el Romano Pontífice, como sucesor de Pedro, es el “principio y fundamento perpetuo y visible de unidad, así de los Obispos como de la multitud de los fieles” (LG, 23). “Simón Pedro representaba a la Iglesia universal, que en este mundo es azotada por las lluvias, por las riadas y por las tormentas de sus diversas pruebas, pero, a pesar, de todo, no cae porque está fundada sobre piedra, de donde viene el nombre de Pedro” (San Agustín).
Al ministerio que Pedro desempeña en favor de la Iglesia, correspondemos los fieles católicos con agradecimiento profundo a Dios nuestro Señor; con nuestra permanente oración para que asista siempre al Papa con su poder y gracia; con el afecto de buenos hijos para con el Padre común; con la escucha atenta de sus enseñanzas y con la obediencia rendida a todas las disposiciones que pueda tomar como Pastor universal del Pueblo de Dios, ciertos de que donde esta Pedro allí está la Iglesia y donde está la Iglesia allí está Dios, según la conocida expresión de San Ambrosio.
+ José María Yanguas
Obispo de Cuenca