Mons. Julián López Han pasado ya los primeros cien días desde el 13 de marzo pasado, cuando después de una larguísima fumata bianca y del anuncio de la elección del nuevo papa en la persona del cardenal Jorge Bergoglio, el recién elegido se asomó al balcón central de la basílica vaticana y con una amplia y bondadosa sonrisa diera las buenas tardes a una muchedumbre impaciente y, a partir de ese momento, totalmente entregada al hombre de mano abierta y rostro amable. Cien días es una cifra redonda, generalmente interpretados a modo de licencia o crédito para gobernantes y políticos. No es el caso del obispo de Roma y sucesor de Pedro en la sede apostólica, pero los medios informativos han usado esta expresión para hacer balance de los tres primeros meses del ministerio del papa que sorprendió a todos eligiendo el nombre de «Francisco».
La sorpresa de esta elección, que ha sido general comenzando por los propios cardenales electores que, según han contado algunos, vieron en un determinado momento de las votaciones que aquel era el elegido del Señor, no sólo no ha desaparecido sino que sigue ahí alimentada cada día por gestos y palabras que denotan un estilo y unos acentos que llegan directamente al corazón de toda clase de personas. Es frecuente, por ejemplo, que deje de lado los discursos preparados y prefiera dialogar directamente con sus interlocutores, sean obispos o diplomáticos, feligreses de una parroquia o niños. No sólo ha sido una corriente de aire fresco y tonificante lo que ha entrado en la Iglesia sino también un despertar del interés y simpatía por lo trascendente y los grandes valores en muchísima gente incluso no religiosa. Falta hacía recuperar la esperanza y poder elevarse por encima de tantos problemas y sinsabores como depara el momento en que vivimos, y contagiarse de la alegría y sencillez franciscanas del papa.
Trasparencia, cercanía, bondad, ternura, sinceridad, son algunos sentimientos que trasmite lo mismo de cerca que de lejos. Su rostro recuerda el de Juan XXIII, sus palabras el “No tengáis miedo” de Juan Pablo II, su deseo de llegar a todos el afán de diálogo que movía a Pablo VI, su amabilidad y la autoexigencia de ser luz para los demás, las mismas que se percibían en Benedicto XVI, hoy escondido para el mundo pero sosteniendo a su sucesor con la oración y muy cerca de él en todos los sentidos. Con motivo de estos primeros cien días nuestra Iglesia diocesana renueva su adhesión al Santo Padre Francisco y le ofrece la disponibilidad para secundar sus gestos y palabras con sentimientos de alegría y confianza. Que el Señor lo conserve y nos conceda a todos sentir con la Iglesia, como recomendaba S. Ignacio, es decir, fidelidad y obediencia a cuanto el papa proponga y sugiera.
+ Julián López
Obispo de de León