Mons. José María Yanguas Queridos diocesanos:
Tomando pie del libro del Eclesiastés, podríamos decir que “hay tiempo para trabajar y hay tiempo para descansar”. El comienzo del verano significa para muchos estudiantes el final de los exámenes con los que concluye el año académico y el inicio del tiempo de descanso. También para muchos otros hombres y mujeres del mundo del trabajo el verano es tiempo de un bien merecido descanso. Permitidme algunas consideraciones al respecto.
El hombre fue creado y puesto en el jardín de Edén para que lo trabajara, es decir, Dios puso en manos del hombre la creación para que la gobernara, la cultivara, para que la “terminara” y perfeccionara dejando en ella su huella personal. La acción del hombre en el mundo y sobre él, la actividad humana es, pues, perfeccionadora del mundo, pero es también, y quizás antes de nada, desarrollo de la misma persona, realización y actualización de sus capacidades. De ahí que el fenómeno del paro, de la forzada inactividad, de la falta de una ocupación estable, sea un problema profundamente humano, antes y más todavía que un problema económico.
Cuando hablamos de trabajo (labor) estamos aludiendo a la dimensión penosa, fatigosa, esforzada, de esa actividad. El trabajo, la actividad humana, tiene una intrínseca dimensión “perfectiva” de la persona, pero también tiene otra que podríamos llamar “consuntiva”, ya que desgasta y consume las fuerzas del hombre, forzándole a repararlas con el oportuno descanso. A eso tienden nuestras vacaciones, permitiendo a los hombres que reparen sus fuerzas, que templen el espíritu, que recuperen el equilibrio y la armonía que pone en peligro un continuado y a menudo, cada vez más exigente, trabajo. Por eso, si el trabajo es un deber de todo hombre y mujer, creados por Dios para trabajar, el descanso es un derecho requerido por la misma naturaleza del trabajo, tenida cuenta de su dimensión fatigosa.
El descanso humano, por otra parte, no significa en primer lugar cesación de la actividad, sino que está al servicio del trabajo. En efecto, la vida es actividad, pero requiere a la vez, pausas y ritmos. Las vacaciones no son tiempo de no hacer nada, momento de total inactividad, tiempo para la pereza Es bien conocido el fenómeno del peligroso cansancio que lleva consigo el no hacer absolutamente nada, cansancio que adquiere la forma del tedio, del “aburrimiento”.
El tiempo de descanso es momento para cambiar de actividad, para ocuparse en tareas a las que habitualmente no podemos dedicar las horas que desearíamos: es tiempo para intensificar las relaciones humanas, para la lectura reposada, para el ejercicio y la práctica de algún deporte, para la reflexión y la oración, que permitan recuperar la frescura y lozanía que ponen en peligro un cierto acostumbramiento y rutina que puede producir el trabajo habitual.
A la hora de organizar el tiempo de las vacaciones un cristiano debe tener presente que durante ese periodo no puede dejar de vivir y de actuar como cristiano, dando ejemplo de coherencia con la fe que profesa; se ha de esforzar por mostrarse siempre y en toda circunstancia como tal, sea cual sea el ambiente en que se mueve; debe estar atento a las ocasiones que se le presenten para acercar otras almas a Dios fomentando amistades, frecuentando con naturalidad y exigencia los sacramentos, manifestando con sencillez pero con decisión, en el tono y estilo de vida, su condición de discípulo de Cristo.
+ José María Yanguas
Obispo de Cuenca