Mons. Agustí Cortés Raïssa y Jacques Maritain, aunque comenzaron su camino como buscadores solitarios, pronto descubrieron que una de las vías más frecuentes y eficaces que utiliza Dios para acercarse a nuestras vidas es la amistad. De hecho, una vez convertidos a la fe, la casa del matrimonio pronto se transformó en un centro de acogida y encuentro, como la misma Raïssa plasmó en su libro Las grandes amistades. El encuentro de amistad más influyente por su peso testimonial fue el que tuvieron con Léon Bloy, también convertido, proveniente del judaísmo.
Léon Bloy era un radical absoluto. Un profeta que vivía anclado en el ideal, fustigando toda imperfección en la sociedad o en la Iglesia a través de sus ensayos y artículos. Un profeta que pretendía ser consecuente hasta las últimas consecuencias en su vida personal. Un inquieto y un descontento permanente, sumido en el sufrimiento y la pobreza (uno de sus libros se titula El desesperado). Pero, quizá por este conjunto de características, Léon Bloy significó para Raïssa y Jacques el impacto testimonial que necesitaban.
¿Qué descubrió en él la pareja de buscadores? Raïssa y Jaccques eran dos intelectuales al uso, cargados de prejuicios contra la fe y la Iglesia Católica. Su encuentro con Léon Bloy fue a un tiempo normal y fortuito. En principio se sintieron atraídos por la calidad de su literatura, que contrastaba con la austeridad y la miseria de su vida. Le solicitan una entrevista, a la que él accede gustoso, interpretándola como signo providencial: fue el inicio de una larga y profunda amistad. Según dice Jacques en su libro Cartas de Léon Bloy a sus ahijados, lo que ellos hallaron en él fue todo lo contrario a un cristiano burgués, adocenado o cómodo. Hallaron un apasionado por la Justicia y la Verdad de Dios, que había superado la estrechez y el nihilismo de la mentalidad cientifista. Encontraron un creyente, que deseaba vivir el Evangelio con radicalidad, hasta asumir la pobreza y el sufrimiento que ello suponía, sabiendo que así ganaba la libertad. Viéndole, dirá Jacques, “se sabía o se adivinaba que no hay más que una tristeza, la de no ser de los santos”. Se imponía ir más lejos y averiguar el manantial de esta vida fascinante. Pero no sin lucha interior. Había que vencer la imagen que ellos tenían todavía de la Iglesia, así como el temor a la ruptura con los que desde siempre habían sido amigos y “renunciar a la inteligencia”: “si Dios ha querido ocultar la Verdad en un montón de estiércol -dirá Jacques en plena crisis- tendremos que ir a buscarla allí…”.
No fue sólo estiércol lo que acompañaba la Verdad, sino también rayos de luz limpia y transparente. Se hicieron bautizar el 11 de junio, día de San Bernabé, “el hijo de la consolación”. La inteligencia y la cultura les ayudaron a descubrir, dentro de la Verdad creída, resplandores que iluminaban el pensamiento y la vida, incluida la vida política y social, los grandes desafíos del mundo moderno. A ello entregaron su vida.
Raïssa quedó deslumbrada por el sermón de un sencillo párroco del pueblo el día de la Asunción de María. Escribió:
“Era la memoria de la Mujer llena de gracia, de la Madre del bello amor y del temor, de la ciencia y de la santa esperanza, de aquella a quien la Iglesia aplica las palabras de la Sabiduría: ‘En mí está la gracia de todo camino y de toda verdad; en mí está la esperanza de la vida y de las virtudes’. Y a quien la Iglesia ora: ‘En la verdad, la dulzura y la justicia tu diestra se señalará por frutos maravillosos’”.
† Agustí Cortés Soriano
Obispo de Sant Feliu de Llobregat