Mons. Carlos Escribano Dentro de muy pocas fechas culminará la campaña de la renta de este año. Muchos de nosotros ya hemos cumplido con nuestra obligación ciudadana de presentar la declaración y hemos puesto de la X en la casilla de la Iglesia Católica. Es bueno recordar que para su sostenimiento, la Iglesia no recibe nada de los Presupuestos Generales del Estado. Son los contribuyentes los que eligen libre y voluntariamente, cada año, poner la X en la Declaración de la Renta. El fruto de ese compromiso de muchos católicos y no católicos supone, aproximadamente, un 25% del total de la financiación de la Iglesia española, que en diócesis pequeñas como la nuestra tiene una vital importancia. Esta colaboración surge de actual marco legal que rige en nuestro país: el artículo 16 de la Constitución Española de 1978 establece que los poderes públicos “mantendrán las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia católica y las demás confesiones”. Por otra parte, el Acuerdo sobre Asuntos Económicos entre la Santa Sede y el Estado Español, de enero de 1979, establece que “el Estado se compromete a colaborar con la Iglesia Católica en la consecución de su adecuado sostenimiento económico, con respeto absoluto del principio de libertad religiosa” (art. II.1.). Al hablar de cooperación y colaboración no se está hablando de financiación directa ni subvención.
Para cumplir su misión, la Iglesia, que sin ser de este mundo está en él, necesita de medios personales y materiales. Y más en las actuales circunstancias caracterizadas por la grave crisis económica que afecta a muchas familias y numerosas personas. La Iglesia no es ajena a estas dificultades y realiza una labor social y caritativa inmensa y sin meter ruido, sino de forma callada, que permite ayudar a paliar la difícil situación por la que atraviesan muchos de nuestros conciudadanos. En medio de la crisis económica que nos asola, la Iglesia Católica se está volcando en lo poco y en lo mucho. Para llevar adelante esta ingente tarea, además de la implicación personal, activa y responsable de todos sus miembros, necesita de la colaboración económica de todos nosotros. Sin medios económicos, la Iglesia no puede llevar a cabo el anuncio del Evangelio, la catequesis, la formación de cristianos adultos, los actos de culto, la atención de las parroquias y de los servicios caritativos a los más pobres y necesitados –aquí y en países más pobres-, la remuneración de los sacerdotes, la conservación del patrimonio y templos, y tantas otras cosas más.
Junto con la asignación tributaria existe otra fuente de financiación que son las aportaciones directas de los fieles que se obtienen por diferentes cauces como colectas, donativos, legados, herencias y de las que muchos de vosotros sois generosos protagonistas. Detrás de todo este esfuerzo se encuentran muchas personas que en comunión con la Iglesia trabajan cada día por hacer el bien al prójimo. Todo ello surge de las vidas entregadas y de la generosidad suscitada en quienes han encontrado su esperanza Cristo y en la misión de la Iglesia. Con poco dinero, y gracias a la generosidad de muchos, la Iglesia sigue haciendo mucho por tantos que todavía necesitan tanto.
La financiación de nuestra Iglesia depende de todos y de cada uno de nosotros. Son muchas las necesidades a las que la Iglesia debe atender para cumplir su misión, para seguir haciendo el bien. Doy las gracias, de corazón, a todos los que con este sencillo gesto de poner la X en la declaración de la Renta, colaboran con la Iglesia y su misión a favor de todos los que se benefician de su acción evangelizadora, litúrgica, caritativa y misionera.
+ Carlos Escribano Subías,
Obispo de Teruel y de Albarracín