Mons. Jesús García Burillo Queridos abulenses:
Mientras preparamos nuestra visita a la exposición “Credo” en Arévalo, continuamos nuestra reflexión sobre la via pulchritudinis, es decir, el camino de la belleza como preámbulo de la fe. Como dijimos anteriormente, la vía de la belleza puede abrir el camino a la búsqueda de Dios y orientarla, y es capaz de disponer el corazón y el espíritu para el encuentro con Cristo, que es la suprema Hermosura.
En primer lugar, veamos cómo la contemplación de la naturaleza nos ayuda a
descubrir su Autor. Si a los hombres de todos los tiempos les asombra y cautiva la hermosura de la naturaleza, su poder, su energía -dice el libro de la Sabiduría-, «calculen cuánto más poderoso es quien la hizo, pues por la grandeza y belleza de las criaturas se descubre por analogía a su Creador» (13, 4-5). La naturaleza es un templo donde se manifiesta la belleza y
el poder de Dios, del que decimos en el credo «que ha creado el cielo y la tierra».
Pero la contemplación de la belleza natural, el asombro ante su poder, la admiración ante su energía vital, no debe distraernos de quién es el Autor. Cuidado, corremos peligro. El mismo libro de la sabiduría testimonia también que el hombre a veces se deja cautivar por la belleza de la creación llegando a olvidar a su Creador. Reflexiona y exhorta de este modo:
«Son necios todos los hombres que han ignorado a Dios y no han sido capaces de conocer al que es el autor de los bienes visibles, ni de reconocer al artífice fijándose en sus obras, sino que tuvieron por dioses al fuego, al viento, a la bóveda estrellada, al agua impetuosa y a los luceros del cielo. Si, cautivados por su hermosura, los creyeron dioses, sepan cuánto los aventaja su Señor, pues los creó el mismo autor de la belleza» (Sab 13, 1-3).
Con referencia a este pensamiento, advierte san Agustín que la atracción por la hermosura debe ir acompañada de lo conveniente. Dice el santo de Hipona: «¿Acaso amamos algo que no sea bello? Pero ¿qué es lo bello? ¿Qué es lo que nos atrae y nos aficiona a las cosas que amamos? Porque si no hubiera en ellas ninguna gracia y hermosura, de ningún modo nos atraerían hacia sí» (Confesiones IV, 13, 20). Agustín reconoce que de algún modo
se dejaba atrapar por la belleza pero no llegaba aún a descubrir al Autor de esa belleza. «Yo no veía aún la clave de tan gran cosa en tu arte, ¡oh Dios omnipotente!, único autor de maravillas» (id., IV, 15, 24).
En segundo lugar, pensemos en las obras de arte suscitadas por la fe, belleza que nace de un autor humano, pero que continiene una gran carga de significatividad. Las obras de arte de inspiración cristiana constituyen una parte incomparable del patrimonio artístico y cultural de la humanidad, son objeto de un verdadero consumo de masas de turistas, creyentes o no,
agnósticos e indiferentes al hecho religioso. La cultura, en sentido del “patrimonio espiritual” se ha democratizado. Este fenómeno nos ofrece, por un lado, la reconciliación entre el arte y lo sagrado -cuya separación, característica del siglo XX, denunció el Papa Pablo VI- y la oportunidad de anunciar y suscitar la fe, en forma incluso de primer anuncio hacia la fe.
El Papa Juan Pablo II calificó el patrimonio artístico inspirado por la fe cristiana de formidable instrumento de catequesis, fundamental para lanzar de nuevo el mensaje universal de la belleza y del bien (11.III.1991). En sintonía con él, el Papa Benedicto XVI decía que La imagen es también una predicación evangélica. En todos los tiempos los artistas han ofrecido
a la contemplación y a la admiración de los fieles los acontecimientos que marcan el misterio de la salvación, los presentan con el esplendor de los colores y la perfección de la belleza. Es este un índice de que hoy más que nunca en la civilización de la imagen, la imagen santa puede expresar mucho más que las palabras mismas porque su dinamismo de comunicación y
de transmisión del mensaje evangélico es realmente más eficaz (Compendio del Catecismo).
Queridos diocesanos, ojalá sepamos descubrir detrás de la belleza de la naturaleza la mano de su Autor y detrás de la belleza del arte cristiano el misterio que anuncia. Sea ésta nuestra disposición a la vista a Las Edades del Hombre.
Os doy mi bendición.
+ Jesús García Burillo
Obispo de Ávila