Mons. José Manuel Lorca En este domingo de la Solemnidad de la Santísima Trinidad, cuando hemos pasado el ciclo litúrgico donde hemos visto las grandezas de Dios y las obras de sus manos a favor nuestro y de nuestra salvación, podemos detenernos a meditar despacio la enseñanza profunda, inmensamente consoladora de lo que ha hecho el Señor con nosotros. Se nos invita a recordar en silencio las grandezas y la misericordia de Dios, a alabar a Dios, no sólo por una maravilla realizada por Él, sino sobre todo por cómo es Él; por la belleza y la bondad de su ser, del que deriva su obrar.
Esta fiesta es para la alabanza, para cantar las maravillas que Dios nos ha presentado, para rezar y darle gloria: “Bendito sea Dios Padre, y su Hijo Unigénito, y el Espíritu Santo, porque ha tenido misericordia de nosotros”, “de tu alabanza y de tu gloria siempre está mi boca llena” (Sal 71,8). En esta fiesta podemos cantar y alabar a un solo Dios y dirigir la mirada, por decirlo así, «a los cielos abiertos» para entrar con los ojos de la fe en las profundidades del misterio de Dios, uno en la sustancia y trino en las personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo.
La Iglesia nos pide en esta solemnidad que contemplemos el corazón de Dios, la suma y profunda comunión de amor y de vida. Le conocemos, porque vemos sus obras y porque toda la Sagrada Escritura nos habla de Él. La revelación nos la ha hecho Jesús. La Trinidad que vive su gloria inefable y eterna, ha querido comunicarse porque es amor, y el amor tiende siempre a comunicarse, para darnos la misma vida de Dios, para introducirnos en la familia de Dios. Con estas bellas palabras nos lo explicaba el Papa Emérito Benedicto XVI: “Dios es Uno en cuanto que es todo y sólo Amor, pero, precisamente por ser Amor es apertura, acogida, diálogo; y en su relación con nosotros, hombres pecadores, es misericordia, compasión, gracia, perdón. Dios ha creado todo para la existencia, y su voluntad es siempre y solamente vida”.
El misterio de la Santísima Trinidad está en las tres Personas que viven para sí mismas sin necesidad de nadie, pero el misterio está también en nosotros, que, por misericordia suya y por gracia suya, hemos entrado desde nuestro bautismo en la misma familia de Dios. Desde la fe, desde el amor que tenemos a Dios, alabemos a Dios y démosle gracias por su eterna misericordia.
+ José Manuel Lorca Planes
Obispo de Cartagena