Mons. Gerardo Melgar Queridos diocesanos:
Estamos casi terminando el mes mayo y no podemos hacerlo sin dedicarle una reflexión sentida a María, a su figura y su identidad como mujer de fe, porque en ella descubrimos siempre un modelo a imitar como personas y como creyentes.
Ella siempre estuvo al lado de las personas, especialmente de quienes le necesitaban en todo momento. Por eso, María es un modelo de preocupación por los otros, de preocupación y atención a los más necesitados en todos los momentos de su vida. De este modo, nosotros, que en el momento actual de nuestra historia valoramos como nadie el testimonio de la ayuda a los necesitados, que luchamos por la solidaridad y el bien común, que tanto necesitamos ver modelos de personas que dan lo mejor de sí mismos en favor de quien los necesitan, encontramos en la Madre del Cielo un modelo auténtico de preocupación, servicio y entrega a los hermanos a fondo perdido. Es así que, en este mes y en toda nuestra vida, hemos de elevar nuestra mirada (tantas veces sobrada de egocentrismo y ensimismamiento) para fijarnos en la Virgen y descubrir que, siguiendo a María, no podemos desentendernos de lo que sucede a nuestro lado, pues junto a nosotros existen personas que sufren y esperan un compromiso por nuestra parte en favor suyo. Nuestra mirada a la Virgen es siempre una mirada comprometida con los demás y a favor de sus necesidades.
Pero María es, además y sobre todo, el verdadero modelo de creyente. Estamos viviendo el Año de la fe y, en nuestra Diócesis, la Misión diocesana; dos acontecimientos que nos hacen una llamada a renovar nuestra fe porque, tal vez, ha ido languideciendo y perdiendo vida; ha dejado de ser sal y luz porque la hemos acomodado demasiado a nuestras apetencias. Por ello, necesitamos renovar nuestra fe para que sea realmente una fe transformadora de nuestra vida personal, que nos distinga de quienes no creen. Necesitamos renovar nuestra fe para que nos comprometa mucho más en llevar un estilo de vida que se parezca al de Jesús, nuestro verdadero modelo de vida; una fe, en definitiva, que sea nuestra norma suprema de conducta como seguidores del Señor.
Ahora bien, no podemos pensar que nuestra fe es sólo un don y un tesoro que nos guardamos para nosotros mismos sino que es el gran regalo que debemos comunicar a los demás; por eso, el Señor nos ha constituido a todos como mensajeros, testigos, misioneros y apóstoles de su mensaje y de su vida al decirnos: “Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación” (M 16, 1). ¿Cómo hacerlo? A través de nuestro testimonio de vida, a través de nuestro actuar de cada día y de nuestras obras; recordemos lo que nos dice el Señor: “Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mt 5, 16).
Ojalá sepamos contemplar a María como modelo auténtico de fe en todo momento para renovar nuestra vida cristiana, ser verdaderos discípulos y seguidores de Jesús y, al mismo tiempo, apóstoles, portadores y misioneros de su mensaje al corazón del mundo. Que la vida de María nos sirva de ejemplo para vivir nuestra vida cristiana en toda su plenitud; que ella, en este precioso tiempo mariano, nos acompañe en el camino de la vida para ser verdaderos creyentes que viven desde lo que Jesús nos pide y auténticos testigos de la fe para los demás.
+ Gerardo Melgar
Obispo de Osma-Soria