Mons. Agustí Cortés La extraordinaria figura de John Henry Newman (1801-1890), llenando todo el siglo XIX, el siglo de las grandes convulsiones y desafíos para la humanidad y para la Iglesia, puede considerarse un verdadero monumento a la conciencia humana.
También Newman despertó ante la decadencia y la mediocridad, el amodorramiento, la inconsciencia y el servilismo de la Iglesia anglicana de su tiempo. Despertó para adentrarse en el camino apasionante e inmenso de hallar la Verdad, según su propio lema, “a partir de las sombras y las figuras”. Siendo adolescente vivió una profunda experiencia de encuentro con el Dios personal, en el marco de una fuerte exigencia ética. En Oxford entró en una especie de “aristocracia intelectual” (cultura, inteligencia, rigor en el pensamiento) y, como tutor en el Oriel, descubrió su vocación educativa, ordenándose de diácono y comprometiéndose al celibato. Comenzó a descubrir la riqueza de una fe más allá de moralismos simplistas y devocionales. Inmediatamente sintonizó con una minoría de amigos y compañeros que compartían la misma conciencia despierta frente a la situación. Con ellos formó y lideró el conocido “Movimiento de Oxford”, que propugnaba la reforma sobre tres bases: honradez intelectual y moral, búsqueda de la Verdad de la fe en sus orígenes, superación de toda reducción de la fe a juego de razón… Fue una sacudida, que se difundía por medio de publicaciones breves y frecuentes (los famosos “tracts”). Cuando Newman, en su búsqueda, manifiesta la afinidad de los principios que debían regir la Iglesia Anglicana con la doctrina católica, recibe un alud de críticas y se retira a la oración, al pensamiento y la investigación: su conciencia inquieta le lleva a descubrir el verdadero sentido de la Tradición y el desarrollo de la Doctrina Cristiana, desde la fe de los Apóstoles hasta nuestros días. El fin de este proceso fue la adhesión a la Iglesia Católica.
Newman siguió siendo el mismo. Ahora como sacerdote católico y miembro del Oratorio de San Felipe Neri, tiene por delante grandes tareas. También la Iglesia Católica tiene necesidad de renovación. Obstáculos no faltan, pero él se entrega a la acción pastoral, a la realización de proyectos educativos, a la causa del mutuo reconocimiento de católicos y anglicanos en la misma cultura y al diálogo necesario de la Iglesia con el mundo moderno y la ciencia. Sus aspiraciones no hallaron eco ni apoyos suficientes, de forma que se retiró al Oratorio de Birmingham. Un ataque obcecado e intransigente del lado anglicano motiva la redacción de su conocida obra Apologia pro vita sua, donde da razón de su camino y de sus hallazgos. Esta obra maestra, otros escritos y sus sermones, le devuelven el prestigio merecido. Es llamado a participar en el Concilio Vaticano I y declinó la invitación. El Papa León XIII le nombró cardenal.
El Papa Benedicto XVI siente hacia Newman una especial predilección. En su artículo “Si quieres la paz, respeta la conciencia de cada hombre. Conciencia y libertad”, refiere la famosa cita de Newman:
“Si yo tuviera que brindar por la religión, lo cual es altamente improbable, lo haría por el Papa. Pero en primer lugar por la conciencia. Sólo después lo haría por el Papa”.
Es una falacia entender la conciencia como recurso de la propia libertad contra la Verdad que viene propuesta desde fuera. La conciencia es buscadora apasionada de la Verdad. Así oraba Newman en la soledad anhelante de Sicilia:
“Yo amaba mi propio camino. Ahora te ruego, alúmbrame para seguir”.
“Un hombre de conciencia es el que no compra tolerancia, bienestar, éxito, reputación y aprobaciones públicas renunciando a la verdad”
† Agustí Cortés Soriano
Obispo de Sant Feliu de Llobregat