Mons. Agustí Cortés T. Moro no tenía que fijarse en un testimonio muy lejano para animarse a arriesgar la vida al enfrentarse con el poder político absoluto en nombre de la fe y de la propia conciencia. Cuatrocientos años antes un compatriota suyo ya había hecho lo mismo. Tomás Becket (1118-1170) también murió asesinado por orden (o insinuación) del rey, a causa de su firme posición en defensa de la libertad de la Iglesia, y su negativa a someterse a la pretensión de Enrique II.
Las experiencias de ambos mártires guardan un sorprendente paralelo, aunque con matices diferentes. Ambos gozaban de la amistad y la confianza del rey y su “staff” gobernante. Los dos se mostraron siempre fieles servidores del reino en cargos de máxima confianza. T. Moro ganó el aprecio social, sobre todo por su valía personal y profesional, su cultura e inteligencia. T. Becket por sus valores personales y su inteligencia en la gestión al servicio, al principio del arzobispo Teobaldo de Canterbury y después del rey Enrique II, que le llegó a profesar gran amistad y confianza.
T. Moro fue siempre laico y casado, viudo y vuelto a casar. El enfrentamiento con el rey sobrevino cuando se negó a firmar el Acta de Sucesión por la que aquél se erigía en poder absoluto sobre la Iglesia. Conocemos el fondo religioso cristiano de su posición gracias a la carta que dirigió a su hija Margarita desde la prisión:
“Aunque estoy bien convencido, mi querida Margarita, de que la maldad de mi vida pasada es tal que merecería que Dios me abandonase del todo, ni por un momento dejaré de confiar en su inmensa bondad. Hasta ahora, su gracia santísima me ha dado fuerzas para postergarlo todo: las riquezas, las ganancias y la misma vida, antes que prestar juramento en contra de mi conciencia”.
T. Becket fue ordenado diácono y sacerdote por el arzobispo Teobaldo. Siendo clérigo ordenado siguió al servicio de la corona. La maniobra del rey consistió en nombrarle arzobispo de Canterbury,
con lo cual lograba el objetivo de ganar poder amigo en el ámbito de la Iglesia. Lo que él no esperaba fue que, con este nombramiento, T. Becket se identificase totalmente con el ministerio de pastor y adoptase una vida austera, vistiese hábito monacal, renunciase al cargo de canciller y se entregase al servicio de los pobres y de la pastoral al pueblo llano. El rey, sin embargo, llevó a cabo su programa de sometimiento de la Iglesia. T. Becket tuvo que exiliarse a Francia, donde vivió como fraile cisterciense. Al regresar, confiado de las promesas de rey, no cambia sus convicciones y éste insinúa el asesinato, que llegará a ser perpetrado durante el oficio de medianoche en la misma Catedral de Canterbery por guardias al servicio de la corona. T. Becket exclamó: “muero gustoso por el nombre de Cristo y por la defensa de la Iglesia”.
Lo anecdótico de ambos mártires es diferente: en T. Moro la anulación autónoma del matrimonio de Enrique VIII por interés político y en T. Becket, la reivindicación de la jurisdicción total sobre la Iglesia por Enrique II. Pero la cuestión fundamental es la misma: la lucha en conciencia contra el poder absoluto que pretende sojuzgar la Iglesia y ponerla al servicio de los propios intereses con procedimientos tan antievangélicos como la mentira, la violencia y el asesinato.
¿Dónde hallar conciencias tan despiertas, tan puras, tan libres, que sepan sólo responder ante Dios y así salvar a la propia humanidad?
† Agustí Cortés Soriano
Obispo de Sant Feliu de Llobregat