Mons. Jaume Pujol «Fue elevado», dice el libro de los Hechos. En concreto señala, refiriéndose a la ascensión del Señor: «Fue elevado en presencia de ellos, y una nube le ocultó a sus ojos». El hecho sucedió en un monte donde Jesucristo se había citado con los once discípulos. ¡Tantas veces Jesús escoge un monte para ocasiones importantes! Y esta vez, como si fuera una metáfora, desde la cima del monte se eleva al cielo.
El papa emérito Benedicto XVI comentaba: «Jesús entra en el espacio divino». No se queda en el espacio terrestre, ni siquiera en sus capas altas, donde un astronauta dijo, con ironía absurda, no haberlo visto. Entra en un nuevo espacio: la realeza de Dios. El mismo Papa aclara que «la palabra cielo no indica un lugar sobre las estrellas, sino algo mucho más osado y sublime: a Cristo mismo, la persona que acoge plenamente y para siempre a la humanidad».
La resurrección de Cristo y su subida a los cielos es prenda de nuestra propia resurrección y vida eterna, se dice en las misas de difuntos. Es la realidad consoladora que no todo acaba en esta vida terrena. Es cierto que creer en esto requiere tener fe, y que la fe es un don, una gracia divina. ¡Pero también la razón es un don divino! No la hemos fabricado nosotros. Etienne Gilson, haciéndose eco de la doctrina tomista, decía que la inteligencia es la creación más maravillosa de Dios.
Son reflexiones difíciles de aceptar en una época en la que se rechaza cualquier explicación no científica, es decir, que no pueda ser comprobada, medida y proclamada por el hombre. Pero esto no es patrimonio de nuestros días. Ya Pascal argumentaba que «la oposición no es entre Dios y uno mismo, sino entre una estima ciega de sí mismo, que lleva consigo un desconocimiento de Dios, y un conocimiento de sí que nos hace reconocer la necesidad de Dios».
El lema del mundo pagano, tan antiguo, era aquel «comamos y bebamos que mañana moriremos». Tenían razón en el «mañana moriremos», pero se quedaban cortos. Les faltaba: «y luego resucitaremos y seremos acogidos por Dios eternamente». Y esto lo cambia todo. Comer y beber, o sea, divertirse encerrados en el propio egoísmo, no ayudará a las personas a acceder al lugar que Dios nos tiene preparados; pero ¡tampoco nos hace felices en esta vida!
La felicidad está en vivir de acuerdo con la voluntad creadora de Dios y sus mandamientos. ¿No tenemos experiencia de que cuando abandonamos en Dios nuestras preocupaciones, por graves que sean, nos llega un consuelo que nadie más nos puede dar? ¿No es cierto que cuando nos entregamos a los demás, prestándoles pequeños servicios, sentimos una paz interior y una satisfacción muy grandes?
La Ascensión es entrar en el espacio divino. Es otro mundo; pero ya en éste, si vivimos con el amor a Dios, se nos hacen divinos los caminos de nuestra vida ordinaria. Y si se dice que todos los caminos conducen a Roma, más cierto es aún que todos los caminos recorridos con Dios, nos llevan al cielo.
+ Jaume Pujol Bacells
Arzobispo de Tarragona y primado