Mons. Manuel Ureña Cuarenta días después de haber resucitado de entre los muertos, nuestro Señor Jesucristo fue elevado al cielo en presencia de los discípulos, y se sentó a la derecha del Padre. Desde allí vendrá un día en su gloria a juzgar a vivos y a muertos, y a inaugurar un reino que no tendrá fin.
El Salmo 46 ya alude con estas palabras al hecho histórico todavía futuro de la ascensión al cielo de Jesús resucitado: “Dios asciende entre aclamaciones; el Señor, al son de trompetas” (6 a). Y el hecho de la Ascensión nos es explícitamente narrado en Lc 24, 51 y en Hch 1, 1-11.
También nosotros un día seremos sentados por Cristo en el cielo y gozaremos para siempre de la visión beatífica. Entonces veremos a Dios cara a cara. Mientras tanto, caminamos por este mundo hacia Él guiados por la razón y por la fe, que nos proporcionan un conocimiento mediato de las realidades metafísicas, no un conocimiento directo e intuitivo.
Ahora bien, para que nuestro acceso al Padre sea posible, necesitamos la ayuda del Espíritu Santo. Y, justo para ello, asciende también el Señor a los cielos. Él lo hace porque, consumada la obra de la redención, tenía que volver al seno de la inmanencia trinitaria, portando potencialmente en su naturaleza humana asumida en el acto de la encarnación la humanidad entera; y también porque su ascenso al Padre era intrínsecamente necesario para enviarnos al Espíritu Santo, sin el cual la obra de la redención obtenida por Él no se habría hecho carne de nuestra carne y habría sido en vano. Como dice el Señor Jesús por labios del evangelista Lucas, “voy a enviar sobre vosotros la promesa de mi Padre [el Espíritu Santo]; vosotros, mientras tanto, quedaos en la ciudad hasta que os revistáis de la fuerza que viene de lo alto” (Lc 24, 49).
Y, al tiempo que celebramos hoy la solemnidad de la Ascensión a los cielos de nuestro Señor Jesucristo, muerto y resucitado, la Iglesia celebra también en este día la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales. Lo cual no es simplemente una coincidencia. Pues los medios de comunicación pueden y deben servir a la causa del mandato dado por Cristo a los Apóstoles el día de la Ascensión: “Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación” (Mc 16, 15; cf también Mc 16, 19-20).
Este año, la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales se presenta con el lema “Redes sociales: portales de verdad y de fe; nuevos espacios para la evangelización”.
Los materiales de que disponemos para prepararnos a la celebración de esta jornada son muy buenos. Contamos, en primer lugar, con el mensaje de Su Santidad Benedicto XVI, publicado el pasado 24 de enero en la fiesta de San Francisco de Sales. Contamos también con el mensaje preparado por los obispos de la Comisión Episcopal de Medios. Y, finalmente, tenemos la conferencia de apertura del Encuentro Nacional de delegados de Medios de Comunicación impartida por S. E. Rvdma. Mons. Claudio María Celli, en Madrid, el pasado 18 de febrero, que lleva por título “La comunicación de la fe en el horizonte de la Nueva Evangelización”.
Las redes sociales digitales, que tanto tienen que ver con el modo con que hoy se comunican entre sí millones y millones de personas, se han extendido tanto que están contribuyendo al surgimiento de una nueva “ágora”, de una plaza pública y abierta en la que las personas comparten ideas, informaciones, opiniones, y en donde, además, nacen nuevas relaciones y formas de comunidad.
Como dicen nuestros obispos de la Comisión episcopal de Medios en su mensaje a propósito de la presente jornada, en las redes sociales digitales (facebook, youtube, twitter, tuenti) “tienen lugar el diálogo y el debate respetuosos que buscan la verdad, refuerzan la unidad y promueven eficazmente la armonía de la familia humana”.
Pues bien, esta plaza pública de las redes sociales necesita tener unos portales a través de los cuales se puede acceder a la verdad y a la fe, de la misma forma que existen también portales para acceder a cualquier otro ámbito del interés humano. Su ausencia – dicen Benedicto XVI y nuestros obispos – pondría de manifiesto la incapacidad de los creyentes de estar presentes en esta plaza pública en paridad de condiciones y excluiría del acceso a la verdad a una multitud creciente de personas que viven, disfrutan, se forman y se informan en tal plaza.
Para que esto no ocurra, las redes sociales deben afrontar el desafío de ser verdaderamente inclusivas, esto es, de permanecer abiertas a la verdad, venga ésta de donde venga, y de no incurrir en sectarismo. Por su parte, los cristianos deben esforzarse en hacerse presentes en las redes sociales poniendo de manifiesto su autenticidad cuando comparten la fuente profunda de su esperanza y de su alegría, que es la fe en el Dios rico en misericordia.
Dicho en síntesis, las redes sociales pueden y deben servir a la causa de la nueva evangelización, convirtiéndose en nuevos espacios para el desarrollo de ésta.
Ahora bien, no está de sobre señalar que, si bien la estructura digital representa sin duda una oportunidad para la evangelización, tal estructura no lo es todo en ésta, pues la evangelización implica necesariamente un encuentro personal con Cristo en la Iglesia que las redes no pueden suplir.
Por eso, concluyen nuestros obispos que, tras el encuentro digital, resulta necesario el encuentro personal. Hay que procurar, pues, que, quienes se encontraron con la Iglesia mediante la red, puedan ser acogidos más tarde en una comunidad eclesial en la que madurar, completar y celebrar lo que conocieron digitalmente.
† Manuel Ureña,
Arzobispo de Zaragoza