Mons. Joan E. Vives La liturgia pide en esta Pascua «que los que hemos conocido la gracia de la resurrección del Señor, resucitemos a una vida nueva por el amor que nos infunde el Espíritu Santo» (viernes III de Pascua). Toda la renovación que la Pascua nos aporta, y que este Año de la Fe quiere ir profundizando, es como un «resucitar con Cristo a una vida nueva». Como dicen los prefacios de Pascua IV y II, «en Cristo, que ha vencido el pecado, todo el universo se renueva y el hombre caído encuentra la integridad de la vida (…) En su muerte, nuestra muerte ha sido vencida, en su resurrección, todos hemos vuelto a la vida».
¿Podemos resucitar ya ahora, antes de la muerte? Aquella pregunta de Nicodemo a Jesús sobre si el hombre puede nacer cuando ya es viejo (Jn 3,4) reclama un «nacer de arriba», un volver a nacer, recomenzar, y eso sólo el Espíritu puede darlo. Así se expresa nuestra fe. Los que por el sacramento de la fe que es el bautismo por el agua y el Espíritu Santo, hemos sido ya muertos y sepultados con Cristo, y la fe de la Iglesia nos ha acogido, ya hemos resucitado con Él, a una vida nueva. Y hace falta que por la gracia del Espíritu Santo que nos infunde el amor de Dios, lo vayamos mostrando en nuestro vivir de cada día. Vivir de amor y para el amor. Así es como la Pascua ilumina todo nuestro camino vital; debemos ser «otro Cristo» en medio del mundo, para que el mundo crea y reciba la gracia de su presencia salvadora. Quizás lo podamos comprender un poco mejor cuando hablemos con gente que ha superado un ataque al corazón, o un cáncer, o un accidente grave… todos ellos nos hablan de que después han aprendido a vivir de forma diferente, han aprendido a valorar las cosas con otro orden de prioridades. ¿Y por qué no lo empezamos a vivir ahora ya, aunque no tengamos un infarto o una desgracia? Necesitamos nacer de nuevo, hay que nacer del Espíritu.
El núcleo de nuestra fe cristiana la expone de forma muy bella y sintética el Cardenal Godfried Daneels: «El sentido de nuestra filiación divina reencontrada, la entrada en la segunda infancia, el paso de la ciencia a la sabiduría, de la cabeza al corazón; redescubrir a Dios como Padre y entrar con Cristo en la experiencia vital… En esto consiste la fe cristiana, y esta experiencia es profundamente terapéutica para nuestra civilización». Este es el núcleo de lo que vivimos y anunciamos, humildemente a los que nos rodean, porque nos hace felices y hará feliz a todo aquel que se atreva a buscar este tesoro.
Podemos preguntarnos: ¿en qué hace falta que se renueve mi vida? Porque si no queremos ser hipócritas, será necesario que el estilo de nuestra vida sea un estilo de personas resucitadas, de gente que ha dejado atrás el estilo mundano, los criterios egoístas del mundo, para vivir el nuevo estilo, la nueva vida según el Espíritu de Jesús Resucitado. Esto quizá creará sorpresa o admiración, rechazo o sarcasmo en quienes nos rodean… y mal asunto, si no lo creara, porque quizás significaría que pensamos como todos, que actuamos como todos, que somos paganos… o malos cristianos. Pero nosotros anunciamos a Cristo y curamos las heridas del mundo con las obras del amor de Dios que habita en nosotros. Nos lo va repitiendo la liturgia pascual con frecuencia, para que vayamos haciéndolo nuestro, de forma muy personal: «que las celebraciones pascuales den siempre en nosotros frutos abundantes, que nuestras obras acrediten la fe que profesamos, y la participación en el sacramento del Hijo de Dios nos transforme en hombres nuevos».
+ Joan E. Vives Sicilia
Arzobispo de Urgell