Mons. Eusebio Hernández Queridos hermanos y amigos:
Coincidiendo con el IV Domingo de Pascua, conocido también con el nombre de Buen Pastor, la Iglesia nos invita a todos los cristianos desde hace ya 50 años a orar por las vocaciones consagradas. La vocaciones, signo de la esperanza fundada sobre la fe, éste es el lema de este año.
El concepto de vocación es mucho más amplio que la vocación sacerdotal y religiosa. Tendríamos que “vocacionalizar” toda la Iglesia, donde cada bautizado describiese su propia vocación. Porque la vocación laical y matrimonial son también necesarias en la Iglesia. Según esto, toda pastoral debe ser vocacional porque debe llevar a las personas a descubrir lo que Dios quiere de ellas.
Debemos, por lo tanto, de manera urgente, replantear la pastoral juvenil y vocacional y esto implica una revisión del modo de vivir de nuestra comunidad parroquial o religiosa. En este sentido la Iglesia debe reconocer su dificultad para comunicar con los jóvenes, para crear proyectos vocacionales eficaces.
Necesitamos educadores y compañeros de camino que estén constante y fielmente presentes, sin miedos, con el coraje de la escucha, del amor y del diálogo. El animador vocacional debería ser educador-formador: educador en la fe y formador de vocaciones que siembra, acompaña, educa, forma y discierne.
Hablar de pastoral vocacional es hablar de incitar al joven a que se encuentre con las preguntas más profundas de su existencia y a que dé respuesta a ellas; es provocar la búsqueda de la propia identidad, dejarse envolver por el misterio de Dios, que le llama y le capacita.
Como tantas veces repito, la vocación es asunto de todos, sacerdotes, laicos y consagrados, porque TODOS somos llamados. Sabemos que en la Iglesia de Dios o creemos juntos o no creemos ninguno, por eso la evangelización es una misión compartida por todos los creyentes.
Queridos sacerdotes y religiosos, debemos proponer con valentía evangélica la belleza del servicio a Dios, a la comunidad cristiana y a los hermanos. Sacerdotes y religiosos que muestren la fecundidad de una tarea entusiasmante, que confiere un sentido de plenitud a la propia existencia, por estar fundada sobre la fe en Aquel que nos ha amado en primer lugar. Vivir así sólo es posible por la fascinación que la persona de Jesús ha ejercido en nuestras vidas.
Dios sigue llamando para asociarnos a su tarea de salvación en el mundo. Dios nos llama por nuestro nombre y nos da una misión. La vida es vocación y está llamada a vivirse en plenitud. La vocación es un regalo, la vida consagrada y el ministerio sacerdotal son un don para la Iglesia. Los sacerdotes y religiosos debemos hacernos responsables de cuidad, promover, animar y acompañar a quienes sienten la vocación al sacerdocio o a la vida consagrada.
Recemos hoy en nuestras comunidades unidos a María, mujer consagrada; que ella acompañe nuestros pasos y, con Ella, pronunciemos ese “hágase” que hizo posible la Encarnación.
Con todo mi afecto os saludo y os bendigo.
+ Eusebio Hernández Sola, OAR
Obispo de Tarazona