Mons. Eusebio Hernández Queridos hermanos y amigos:
En este tercer Domingo de Pascua el Evangelio nos presenta la aparición de Jesús resucitado después de la pesca infructuosa de Pedro y otros discípulos (Juan 21, 1-14). Es el pasaje que se conoce con el nombre de la pesca milagrosa.
La aparición de Jesucristo resucitado tiene lugar en un día normal de trabajo, resaltando así que el encuentro con el Señor se puede y se debe vivir en lo ordinario de la vida y en cualquier tiempo y circunstancia. Además este encuentro con el Resucitado es para toda la Iglesia; nos dice el texto que los discípulos que estaban en el lago pescando eran siete, un número simbólico que evoca la universalidad de la Iglesia, por lo tanto, este encuentro es posible para los discípulos de todos los tiempos y de todos los lugares.
El Resucitado se hace además presente en un momento de fracaso nos dice el texto que aquella noche no lograron pescar nada. En contraste con aquella experiencia de “noche”, al clarear el día se presenta Jesús precisamente allí, en la orilla del lago, en medio de la frustración y el cansancio de los suyos. No les quedará otro remedio a los discípulos que reconocer su pobreza y su desánimo.
Jesús les invita a recobrar la fe y a la obediencia a su palabra. Esta obediencia a la fe y a su palabra produce el resultado asombroso de la pesca milagrosa y de esta forma pueden reconocer que Jesús es el Señor. Por eso cuando nosotros, como ellos, nos fiamos de Jesús a pesar de las dificultades de la vida descubrimos la gran novedad de la Pascua que no es otra cosa que la vitalidad y la fuerza que nos da la fe y la obediencia al Señor.
Por ello, nos dice la primera lectura (Hechos 5) que hay que obedecer a Dios antes que a los hombres . Sólo en Él debemos poner nuestra confianza y nuestra vida en todo momento y circunstancia.
La Eucaristía como actualización del Misterio Pascual de Jesucristo es la que nos ayuda a encontrar en nuestra vida y en nuestras comunidades a quien se hace presente en nosotros y de un modo especial en el momento del fracaso o de nuestra fragilidad. Por ello la comunidad cristiana se construye alrededor de la mesa eucarística y por ello no se puede celebrar de cualquier manera; la escena de Jesús resucitado, que prepara con profundo afecto el alimento para sus amigos, nos ofrece una orientación muy clara sobre el clima que debe vivirse dentro de nuestras asambleas litúrgicas. Que después de cada Misa cada uno podamos decir como sus discípulos en aquella mañana: Es el Señor.
Que este tiempo de Pascua nos ayude a vivir con mayor profundidad nuestro encuentro con el Resucitado; y que, a la vez, nos constituya a todos transmisores de esta gran esperanza que supone para la vida humana que Jesús está siempre con nosotros.
Quisiera terminar invitando a todos los niños de la diócesis de Tarazona a participar el próximo sábado, día 20, al encuentro que la Delegación de Misiones ha preparado para ellos en Novallas. Puede ser un día que siembre en los más pequeños la alegría de la fe, la certeza del amor de Dios y hacer crecer en ellos el espíritu evangelizador y misionero.
Agradezco de corazón el trabajo que distintas personas y la Delegación de Misiones han realizado para este encuentro y quiero pediros que recéis para que los objetivos que se han planteado para el mismo se cumplan.
+ Eusebio Hernández Sola, OAR
Obispo de Tarazona