Mons. Carlos Escribano Desde el pasado 11 de Febrero, día del anuncio de la renuncia del Papa Benedicto XVI, hasta la elección de nuestro nuevo Papa Francisco, hemos vivido, en el seno de la Iglesia y en toda la sociedad, unas jornadas cargadas de acontecimientos, emoción e inmenso regocijo que, sin duda, podemos calificar de históricas. El 13 de Marzo, la Plaza de San Pedro se llenó de una sonora alegría, pasadas las siete de la tarde. Es la alegría de los católicos ante la elección de un nuevo Papa. No importaba el nombre. El júbilo se desató en el corazón de los creyentes ante la noticia esperada: “habemus Papam”. Y la alegría se concreto en un hombre y en un nombre: Francisco.
Los ojos del mundo se dirigieron a la monumental fachada de la Basílica de San Pedro. Es el primer Papa argentino de la historia y también el primer Papa jesuita. Se asomó a la logia de las bendiciones vestido tan solo con su sotana blanca y nos cautivó a todos con una gran sencillez. Un Papa que viene del continente de la esperanza, en el que viven muchos de los católicos del mundo. Basta pensar en Méjico, Colombia, Brasil o la propia Argentina. Son Iglesias fuertes, vigorosas, que después de quinientos años de evangelización dan un Papa a la Iglesia, dando la sensación de que toman la iniciativa en esta ingente tarea de la Nueva Evangelización.
Estoy convencido de que cada uno de nosotros podríamos hacer una valoración de sus primeros momentos de su pontificado. A mí me cautivó su capacidad a la hora de invitarnos a rezar; lo hizo con toda naturalidad, mostrando el rostro de un pastor acostumbrado a estar cerca de su gente y con el empeño de llevarlos a Jesús. Y rezó con sus nuevos diocesanos de Roma. Y a esa oración nos unimos todos los católicos del mundo y todos los hombre y mujeres de buena voluntad que en esos momentos seguían la trasmisión por los medios de comunicación. Rezar con sencillez, como el mejor de los caminos para fundamentar la Nueva Evangelización.
Los gestos, las palabras, los encuentros del Papa se van sucediendo. Todos ellos despiertan en la opinión pública y en los católicos un gran interés. A la hora de redactar estas líneas, me quedo con unas palabras que el propio Papa dijo en su encuentro con los periodistas el pasado sábado 16 de febrero: “…Como querría una Iglesia pobre y para los pobres”.
Vamos a tener la oportunidad de poder compartir con él, en este Año de la Fe, la celebración de la Semana Santa. En ella celebramos los acontecimientos centrales de nuestra fe. Estoy convencido de que sus palabras y sus gestos nos van introducir en el misterio de Dios y en la grandeza de la presencia de Cristo en medio de nosotros que muere y resucita por la toda la humanidad. Cristo es el centro, como repite en sus alocuciones mostrando lo que hay en su corazón y en su mensaje evangelizador. Así lo recordaba a los periodistas: “Cristo es el centro. Cristo es la referencia fundamental, el corazón de la Iglesia. Sin Él, Pedro y la Iglesia no existirían y no tendrían razón de ser”
Gracias Santo Padre, por su sí generoso. Gracias por asumir esta nueva misión que la Iglesia le encomienda. Nuestra Iglesia diocesana se une a la Iglesia universal en su acción de gracias y eleva al Padre una oración constante por su persona, sus intenciones y su trabajo. ¡Qué Dios le bendiga!
+ Carlos Escribano Subías,
Obispo de Teruel y de Albarracín