Mons. Agustí Cortés Traemos aquí, sacados del libro No es bueno que Dios esté solo, de G. Altozano, los testimonios de dos convertidos que descubrieron la fe nada menos que en la cárcel. Ambos testimonios tienen en común, además de la circunstancia de producirse en un ambiente presidiario, el hecho de contar con lamediación de sendossacerdotes.
No es extraño, pues otra de sus coincidencias es la necesidad profunda de recibir y ofrecer perdón. Conviene recordarlo al celebrar el día del Seminario, cuando somos más conscientes de la necesidad de sacerdotes, los cuales, sobre todo en el Sacramento de la Reconciliación, representan los brazos del Padre que acogen al Hijo que vuelve a casa.
Raúl Oreste sufrió un verdadero trauma a raíz de la muerte de su mujer: por un lado, le provocó el abandono total de la débil fe que tenía desde
niño, por otro,se entregó a todo tipo de excesos, como la droga, para llenar un vacío insufrible. En ese ambiente de desenfreno llega a delinquir y acaba en prisión. Un día, ya dentro de la cárcel protagoniza una dura pelea con un compañero, al que llega a propinar un golpe tan fuerte que le deja inconsciente. Su conciencia reacciona: “yo lloraba de impotencia por haberme portado como un animal”, confesará. Y en el marco de esta vivencia interior, sintió cercana la figura de Jesús, él mismo maltratado, en compañía de enfermos, pecadores, drogadictos, prostitutas, que le decía: “¿Qué estás haciendo de tu vida?”
Fue una sacudida que le llevó a profundizar en los Evangelios y dejarse guiar por un sacerdote. Tras cumplir su condena volvió a la cárcel, entonces
como voluntario para ayudar a los internos a descubrir “alguien que les enseñe a gestionar la libertad y pedir perdón a las víctimas”. Plasmó su
experiencia en su libro Un parto en la cárcel.
Shane Paul O’Doherty era un terrorista del IRA que fue condenado a cuatro cadenas perpetuas.
Quedó impactado por la lectura de los nombres de las víctimasinocentes que no figuraban en las cartas bomba que él había enviado. Fue internado en la prisión de Wornwood Scrubs, donde estuvo en reclusión aislada más de un año.
Allí se entregó a la reflexión sobre los ideales, la utopía y el compromiso de mejora, sobre el bien y el mal, los derechos humanos, las víctimas y la
fe religiosa. La gran cuestión, sin embargo, permanecía sin resolver: el perdón, cómo pedirlo, obtenerlo y darlo. Un día preguntó al capellán, el
jesuita Anthony Lawn, dónde podía encontrar pruebas de la existencia de Dios y obtuvo una respuesta sencilla: “En los Evangelios, por supuesto”. Quedó deslumbrado tras una lectura apasionada y detenida: Jesucristo, su
autenticidad, su trato con los pobres y, sobre todo, su doctrina y su experiencia del amor a los enemigos, tal como se refleja en el Sermón de la
Montaña. Optó por un profundo arrepentimiento y por el compromiso de corregir como le fuera posible el mal hecho. Así, escribió el libro No más
bombas donde hacía pública toda su vivencia, ofrecía su testimonio para que ningún joven cometiera sus errores y pecados y propugnaba las vías evangélicas para la solución de conflictos.
Casi siempre la fe se encuentra a impulsos de la necesidad de amor. Pero el amor anhelado adquiere muchas veces el rostro del perdón, que es una de sus caras más puras y transparentes.
No es infrecuente que una persona convertida pida participar en el Sacramento de la Reconciliación, quizá porque en este sacramento
el amorsobreabunda y vence todo pecado. Y así, a la alegría de creer, se añade la de sentirse libre por ser amado gratuitamente.
+Agustí Cortés Soriano
Obispo de Sant Feliu de Llobregat