Mons. Gerardo Melgar Queridos diocesanos:
“Sé de quien me he fiado” (2 Tim 1, 12): seis palabras contadas con las que San Pablo da razón de lo que motiva y sostiene su vida como seguidor y apóstol del Señor, de lo que motiva y sostiene su vivir con entereza y esperanza todos los sufrimientos sin avergonzarse de ello: porque él sabe de quien se ha fiado.
Pablo sintió la llamada de parte de Cristo a dejar de ser el perseguidor de los cristianos para convertirse en “apóstol” suyo. Con la misma entrega y el mismo ardor con que lo había perseguido hasta entonces, a partir del momento de su conversión va a dedicarse a dar a conocer a todos los gentiles la persona de Cristo y su mensaje salvador.
Él es consciente de que el Señor ha puesto en sus manos un gran tesoro: comunicar a Cristo y su mensaje salvador a los que no le conocen, y sabe que dicho tesoro lo lleva en vasijas de barro, es decir, que ese tesoro se lo ha regalado el Señor a él y se lo ha dado para que lo comunique a los demás, a pesar de sus debilidades (cfr. 2 Co 4, 7).
Esta debilidad humana que tanto pesa en él no va a ser lo suficientemente fuerte como para hacerle echarse atrás en la misión que el Señor le ha confiado; sólo tiene que confiar en que no lucha solo, sino que con él está el Señor y su gracia y que tiene que contar con ella, porque el mismo Señor le dijo: “Te basta mi gracia, la fuerza se realiza en la debilidad” (2 Co 12, 9).
Es la gracia de Dios la que le hace sentirse seguro a pesar de sus debilidades. Está seguro de lo que hace y tiene fuerza para vivir con entereza, alegría, esperanza, entrega y ardor porque sabe de quien se ha fiado y sabe que el Señor le dará las fuerzas necesarias, le acompañará siempre y no le defraudará nunca; por eso va a poder decir plenamente convencido: “Sé de quién me he fiado”.
Ésta es también la razón de la respuesta de tantos hombres y mujeres que un día sintieron sobre ellos la mirada de Cristo y su llamada a entregar su vida por el evangelio. Lo hicieron porque sabían de quien se fiaban. No porque confiaran en sus propias fuerzas, sino en la gracia del Señor que en todo momento les capacitaría para responder a su compromiso.
Ésta es la razón por la que los sacerdotes a través de la historia de la Iglesia han sido capaces de entregar radical y plenamente su vida al servicio de Dios y de los hermanos, porque han sabido de quien se fiaban: de Cristo, que un día los llamó y se comprometió con ellos a fortalecerlos siempre con su gracia, para que sus debilidades humanas no pesaran en ellos más que la gracia del Señor que les habría de acompañar en todo momento. Con Pablo, todos los sacerdotes podemos decir también “sé de quién me he fiado”.
El fiarse de Cristo es fruto de toda una historia de fe de la persona y de la gracia de Dios. Cristo se sirve de determinadas personas y de determinados acontecimientos para suscitar en las personas esa fe, de donde surge la confianza y la fiabilidad en el Señor, y desde ese fiarse de Él, es de donde surge la respuesta a empeñar la vida como sacerdote.
Cuando un muchacho se plantea su vida al servicio de Dios y de los hermanos en el sacerdocio, percibe, sin lugar a dudas, que esta vocación a la que tal vez Dios le puede estar llamando es un gran tesoro que Dios le da, es como un gran regalo de Dios que Él tiene reservado para algunos elegidos.
Ante la grandeza de este regalo y la riqueza de ese gran tesoro, el joven se ve lleno de debilidades, de miedos, de dudas, de titubeos, porque no sabe si va a ser capaz de llevar adelante y ser fiel a tan extraordinario tesoro. A veces, esta pobreza personal a muchos jóvenes les puede echar para atrás, porque quizás no se han dado cuenta de que Dios, junto a la elección de la persona y la llamada al sacerdocio, le da también la gracia necesaria para responder positivamente, que Él se compromete con el elegido a estar siempre a su lado y a darle cuanto necesite para una respuesta generosa por su parte.
Es necesario que el joven tenga muy claro, junto a su respuesta personal a la propuesta de Dios, el compromiso del Señor de acompañarlo con su gracia. Es entonces cuando el peso de la debilidad humana se desvanece para poner toda su confianza en el Señor y poder decirle con entereza y generosidad: “Aquí estoy, cuenta conmigo”, y poder decirse a sí mismo y a los demás: “sé de quién me he fiado”.
Querido joven que sientes que Dios puede estar llamándote a seguirle como sacerdote: ¡No tengas miedo!, Dios se ha fijado en ti, te está mirando con cariño y quiere hacer de ti un instrumento de salvación para los demás. Sé generoso, y aunque te sepas poca cosa, siente la confianza que el Señor deposita en ti ofreciéndote este gran tesoro; piensa que no vas a estar solo, que vas a poder contar siempre con su gracia y ello te hará tener plena confianza y convencimiento en lo que haces y podrás decirte a ti mismo, convencido porque así lo sientes y repetírselo también a los demás como hacía San Pablo: “sé de quién me he fiado”.
+ Gerardo Melgar
Obispo de Osma-Soria