Mons. Carlos Escribano El Año de la Fe, de acuerdo con la invitación de Benedicto XVI, se convierte en una magnífica oportunidad de convertirnos al Señor, único Salvador del mundo, de un modo auténtico y renovado. Convertirnos al Señor para que, de un modo efectivo, Cristo resucitado esté en el centro de nuestra fe y en el anuncio del evangelio por parte de la Iglesia. La conversión del corazón pasa también, en este Año de la Fe, por redescubrir y valorar la importancia del Sacramento de la Confesión. Benedicto XVI lo definía como “camino” para la nueva evangelización: “¿En qué sentido…? Ante todo porque la nueva evangelización saca linfa vital de la santidad de los hijos de la Iglesia, del camino cotidiano de conversión personal y comunitaria para conformarse cada vez más profundamente a Cristo. Y existe un vínculo estrecho entre santidad y sacramento de la Reconciliación, testimoniado por todos los santos de la historia.
La conversión real del corazón, que es abrirse a la acción transformadora y renovadora de Dios, es el «motor» de toda reforma y se traduce en una verdadera fuerza evangelizadora. En la Confesión el pecador arrepentido, por la acción gratuita de la misericordia divina, es justificado, perdonado y santificado; abandona el hombre viejo para revestirse del hombre nuevo. Sólo quien se ha dejado renovar profundamente por la gracia divina puede llevar en sí mismo, y por lo tanto anunciar, la novedad del Evangelio”. (Benedicto XVI, Discurso a la Penitenciaría Apostólica, 9-3-2012).
El sacramento del perdón, es un momento fundamental en la vida de continua conversión y crecimiento espiritual a la que estamos llamados todos los miembros de la Iglesia. Todos somos conscientes, y lo experimentamos en nuestra vida, de que existe una tensión entre lo nuevo y lo viejo, entre el egoísmo y la entrega generosa, entre el pecado y el seguimiento radical de Cristo que nos introduce en una mayor intimidad con la Trinidad. El sacramento de la reconciliación debe ser una realidad habitual en la vida del cristiano comprometido, es decir, de todos los que nos sentimos llamados a trabajar de forma decidida en la construcción del Reino de Dios.
Estos días, en nuestras parroquias de Teruel y de los pueblos de la diócesis, con motivo de la Santa Cuaresma, se facilita a los fieles el poder participar en la celebración del Sacramento de la Penitencia. En este Año de la Fe, os animo a recibir la gracia sacramental que nos da el sacerdote, por el ministerio de la Iglesia, en la confesión y absolución individual. Y a preparar la misma con un pausado examen de conciencia que en sí “tiene un valor pedagógico importante: educa a mirar con sinceridad la propia existencia, a confrontarla con la verdad del Evangelio y a valorarla con parámetros no sólo humanos, sino también tomados de la Revelación divina. La confrontación con los Mandamientos, con las Bienaventuranzas y, sobre todo, con el Mandamiento del amor, constituye la primera gran «escuela penitencial»”. (Benedicto XVI, Discurso a la Penitenciaría Apostólica, 25-3-2011).
Revisar nuestra vida cristiana y pedir perdón por nuestros pecados, en especial por aquellos contra la fe, nos puede ayudar a avivar en nosotros el acto de fe y a vivir de forma más enérgica nuestra consagración bautismal y nuestro compromiso misionero.
+ Carlos Escribano Subías,
Obispo de Teruel y de Albarracín