Mons. Juan José Omella La Cuaresma es tiempo de conversión a Dios, a los valores del reino. En este camino de conversión podemos examinar, entre otras cosas, cómo son nuestras relaciones con las personas que componen nuestras familias y cómo son nuestras relaciones con las demás personas. El Señor nos invita en el Evangelio a amar a todos, a respetarles, a perdonarles, a aceptarles como hermanos nuestros.
Puede ayudarnos a ello el siguiente relato que ayuda a pensar y a cambiar de actitudes frente a los demás:
«El abuelo se fue a vivir con su hijo, su nuera y su nieto de seis años. Ya las manos le temblaban, su vista se nublaba, y sus pasos flaqueaban.
La familia completa comía junta en la mesa, pero las manos temblorosas y la vista enferma del anciano hacían de la alimentación un asunto difícil. Los guisantes caían de su cuchara al suelo, y cuando intentaba coger el vaso, con frecuencia derramaba la leche sobre el mantel.
El hijo y su esposa se cansaron de la situación. Entonces dijo el primero:
– Tenemos que hacer algo con el abuelo. ¡Ya basta! Se le cae la leche, hace ruido al comer y tira la comida al suelo.
Así fue cómo el matrimonio decidió poner una pequeña mesa en una esquina del comedor, donde el abuelo comía solo mientras el resto de la familia disfrutaba de la mutua compañía, a la hora de comer. Como el abuelo había roto uno o dos platos, su comida se la servían en un tazón de madera. De vez en cuando lo miraban y podían ver una lágrima en sus ojos mientras estaba allí, sentado solo. Sin embargo, las únicas palabras que la pareja le dirigía eran frías llamadas de atención cada vez que dejaba caer el tenedor o la comida.
El niño de seis años lo observaba todo en silencio.
Una tarde, antes de la cena, el papá observó que su hijo estaba jugando con unos trozos de madera en el suelo.
Le preguntó dulcemente:
– ¿Qué estás haciendo?
Con la misma dulzura el niño contestó:
– ¡Ah! Estoy haciendo un tazón para ti y otro para mamá, para que cuando crezcáis, comáis en ellos.
Sonrió y siguió con su tarea. Las palabras del pequeño golpearon a sus padres de tal forma que se quedaron sin habla, mirándose el uno al otros. Las lágrimas rodaron por sus mejillas; y aunque ninguno de los dos dijo nada al respecto, ambos sabían lo que tenían que hacer.
Aquella tarde, el hijo tomó gentilmente la mano al abuelo y lo llevó de vuelta a la mesa de la familia. Para el resto de sus días, el abuelo presidió la mesa en aquel hogar. Y, por alguna razón, ni el esposo ni la esposa parecieron molestarse ya, nunca más, cada vez que el tenedor se caía, la leche se derramaba o se ensuciaba el mantel».
¿Cómo son nuestras relaciones familiares? ¿Qué actitud tenemos ante los mayores, los enfermos, los discapacitados…? Tratemos de salir de nuestro egocentrismo, de no buscar más que nuestro bienestar y nuestra felicidad y no olvidemos que hay más gozo en dar que en recibir. San Francisco de Asís lo expresa bellamente cuando nos dice: “es dando como se recibe, es olvidando como se encuentra, es perdonando como se es perdonado y es muriendo como se resucita a la vida”.
Con mi afecto y bendición,
+ Juan José Omella Omella
Obispo de Calahorra y La Calzada-Logroño