Mons. Joan E. Vives Retomamos la reflexión sobre el Mensaje del Papa Benedicto XVI para la Cuaresma de 2013, en el Año de la fe, que quiere unir fe y amor, amor a Dios y amor al prójimo, respuesta a Dios y respuesta a las necesidades de los hombres.
Si hablamos del nexo entre fe y caridad hablamos, por lo menos, de dos dimensiones. En primer lugar, no puede haber verdadera fe sin obras: los que creen, aprenden a dar al otro. Creer es conocer y adherirse al amor de Dios, y el que cree no puede sino darse del todo, sin egoísmo, siempre por amor. En segundo lugar, la caridad suscita la fe del mismo que ama, pero también de quienes contemplan las buenas obras de la caridad, y por tanto es un testimonio.
Existe un vínculo indisoluble entre la fe y la caridad, no pueden separarse o contraponerse. Ni hay que acentuar con tanta fuerza la fe y la liturgia –como el canal privilegiado de la fe–, olvidando que ambas están dirigidas a un ser humano concreto, con sus necesidades, también humanas, su historia, sus relaciones. Es conveniente para muchos, dentro y fuera de la comunidad, que la Iglesia no quede replegada y ocupada en ordenar la sacristía, concentrada en minuciosas discusiones teológicas y disputas clericales, sino que debe priorizar la persona humana en su integridad, a la que Cristo se ha dirigido para obrar la redención. Otro concepto erróneo es pensar que la Iglesia es una especie de asociación u ONG filantrópica y de solidaridad puramente humana, donde el compromiso social es una prioridad y lo importante es la promoción del hombre para que tenga pan y cultura, y, por tanto, que la tarea principal de la Iglesia debería ser la construcción de una sociedad justa y equitativa, olvidando que en el centro del ser humano está su necesidad de Dios, y que la Iglesia anuncia el amor de este Dios que se ha hecho carne por nosotros: «no sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios» (Mt 4,4). Otro malentendido es el de separar una Iglesia «buena», progresista, la de la caridad, de una Iglesia «mala», la de la verdad, que defiende y protege la vida humana y los valores morales universales. La Iglesia sería aceptada cuando sana a los enfermos o hace el servicio de Cáritas, y sería peor cuando se dedica a la tarea de despertar las conciencias y ejerce su denuncia sobre la sociedad actual materialista y egoísta. Una vida basada únicamente en la fe, corre el riesgo de caer en un sentimentalismo banal que reduciría nuestra relación con Dios a un mero consuelo del corazón. Por otra parte, una caridad que no se arrodille en adoración a Dios y que no tenga en cuenta la fuente de donde brota y a la que debe dirigirse toda buena acción, es probable que se vaya reduciendo a mera filantropía y puro «activismo moral». Por lo tanto, estamos llamados a mantener unidos en nuestras vidas el «conocimiento» de la verdad con el «caminar» en la verdad, a mantener viva la tensión de la fe activa por el amor.
El Mensaje cuaresmal del Papa en el Año de la Fe es muy actual, especialmente para los creyentes, porque centra la conversión camino de la Pascua en las carencias graves de nuestra fe, que debe convertirse en activa y concreta por la caridad. Yo pido con San Pablo «para que nuestro Dios os haga dignos de la vocación y con su poder lleve a término todo propósito de hacer el bien y la tarea de la fe» (2Ts 1,11).
+Joan E. Vives
Arzobispo de Urgell