Mons. Santiago García Aracil La libertad auténtica no va unida al instinto, al interés, o a la comodidad. Va unida a la verdad. La Verdad es el crisol del bien. Nadie es bueno sino el Padre que está en el Cielo. Y Dios se ha manifestado en Jesucristo diciendo: “Yo soy el camino la verdad y la vida”. Por tanto, la libertad verdadera es la que decide en favor del bien. Esto supone la opción por la voluntad de Dios que estamos llamados a seguir en coherencia con nuestra identidad más profunda y esencial; somos imagen y semejanza de Dios. Si de Dios venimos porque Él nos ha creado, y a Él vamos porque nos llama a gozar eternamente de su presencia, debemos caminar por donde Él nos ha señalado. Ese camino, que es el de la plenitud y la salvación, ha de ser el camino de la Verdad. Jesucristo nos dice en el Evangelio que la verdad nos hará libres.
Si aplicamos esta reflexión al acontecimiento que ha sorprendido al mundo entero, y que es el anuncio del Papa al comunicar la fecha de su renuncia al ministerio que la Iglesia le encomendó a través del Colegio Cardenalicio, podemos hacernos una o varias preguntas. Una de ellas, quizá la más espontánea, podría ser ésta: ¿Quién o qué le ha obligado a renunciar al ministerio papal?
Si nos lo planteáramos así, reduciríamos tan significativa decisión, tomada por una persona universalmente reconocida como altamente inteligente y muy buena, a un simple acto de resignación, o quizás al sometimiento irremediable bajo el peso de una circunstancia superior al uso de su auténtica libertad.
La aclaración a estas cavilaciones, indudablemente desacertadas, está en las palabras con que el Papa ha comunicado su decisión: “siendo muy consciente de la seriedad de este acto, con plena libertad, declaro que renuncio al ministerio de Obispo de Roma, sucesor de San Pedro, que me fue confiado por medio de los Cardenales”.
Es un motivo de gozo constatar que, con toda naturalidad y lejos de cualquier presión intraeclesial o llegada de la sociedad, el Papa toma, con plena libertad, una decisión de semejante trascendencia.
No cabe duda de que el hecho de haber examinado ante Dios reiteradamente su conciencia, según el mismo Papa nos dice, le ha llevado a decidir con auténtica libertad y, por tanto, con riguroso fundamento en la verdad. Esto es un motivo de gran satisfacción sobre todo en un mundo y en un momento en que abundan discursos, acciones, declaraciones y proyectos que anuncian un camino de libertad cuyo recorrido es la mutilación de la verdad, la claudicación ante los instintos y la búsqueda de intereses personales o partidistas.
Por otra parte, la decisión del Papa al asumir un ministerio legítimamente encomendado y recibido, abre una ventana de luz que permite conocer la verdadera realidad de la Iglesia y el auténtico sentido de la más honesta libertad.
No quisiera que estas líneas sembraran la más leve sospecha acerca de una supuesta satisfacción por la retirada del Papa Benedicto XVI, sobre quien tantos juicios y calificaciones contradictorias han ido recayendo. Creo, y siento la necesidad de expresar que, sin comparaciones con ningún otro Papa, Benedicto XVI ha sido el hombre de Dios que ha señalado a la Iglesia caminos de libertad lejos de cualquier interés personal o institucional.
Doy gracias a Dios porque nos regala preciosas lecciones de libertad coherente con la verdad y ejercida en el amor. Buen servicio éste en un momento en que el mundo se siente maltratado por corrientes, decisiones y promesas que, a poco que se las analice, se muestran lejanas a la verdad y que no pueden ofrecer a los hombres y mujeres la auténtica libertad. Se limitan a prometerla, y en esa misma medida colaboran a reducirla.
La Verdad de Dios hace libre al hombre. El Papa, con sinceridad y seria reflexión, ha tomado sus decisiones de acuerdo con la Verdad de Dios y ofreciendo, por ello, un ejemplo de libertad para quienes quieran entenderlo.
+Santiago García Aracil
Arzobispo de Mérida-Badajoz