Mons. Julián Barrio Queridos diocesanos:
La Iglesia en la Cuaresma nos llama a la auténtica conversión que conforma con Cristo, reconciliador del hombre con Dios (cf. 2Cor 5,19), “que se entregó por nosotros a Dios como oblación y víctima de suave aroma” (Ef 5,2), invitándonos a despojarnos del hombre viejo con sus obras, y a revestirnos del Hombre Nuevo, Cristo (cf. Col 3,10-11). “Se trata de un itinerario marcado por la oración y el compartir, por el silencio y el ayuno, en espera de vivir la alegría pascual”1.
Redención y reconciliación
El misterio de Cristo no se puede reducir a un mero mensaje activista para el compromiso humano o para una motivación meramente ética de la conducta privada o pública. El hombre, “única criatura que Dios ha querido por si mismo”2, necesita ser redimido y reconciliado por Dios en Cristo.
Esta conciencia ha de llevarle a dialogar con Dios, testimoniando que Él es el origen, la causa y la meta de sus aspiraciones, asumiendo los criterios de Cristo en su comportamiento y siendo coherente entre lo que cree, dice y hace en su vida. Sigue siendo actual el mensaje que el apóstol San Pablo dirigía a los efesios cuando escribía: “Esto es lo que os digo y aseguro en el Señor: que no andéis ya, como es el caso de los gentiles, en la vaciedad de sus ideas, con la razón a oscuras y alejados de la vida de Dios; por la ignorancia y la dureza de su corazón. Pues perdida toda sensibilidad, se han entregado al libertinaje, y practican sin medida toda clase de impureza. Vosotros, en cambio, no es así como habéis aprendido a Cristo, si es que lo habéis oído a él y habéis sido adoctrinados en él, conforme a la verdad que hay en Jesús. Despojaos del hombre viejo y de su anterior modo de vida, corrompido por sus apetencias seductoras; renovaos en la mente y en el espíritu y revestíos de la nueva condición humana creada a imagen de Dios: justicia y santidad verdaderas. Por lo tanto dejaos de mentiras, hable cada uno con verdad a su prójimo, que somos miembros unos de otros. Si os indignáis, no lleguéis a pecar; que el sol no se ponga sobre vuestra ira. No deis ocasión al diablo” (Ef 4, 17-27).
Conversión y fe
En la imposición de la ceniza se nos recuerda: “Convertíos y creed en el Evangelio”. Como nos dice el Papa: “El Año de la fe es una invitación a una auténtica y renovada conversión al Señor, único Salvador del mundo. Dios, en el misterio de su muerte y resurrección, ha revelado en plenitud el Amor que salva y llama a los hombres a la conversión de vida…”3. La vivencia de la fe nos configura con Cristo que nos ofrece su visión de Dios, del hombre y del mundo expresada en el Evangelio. El cristiano ha de fundamentar su existencia en los Mandamientos de Dios y en el espíritu de las Bienaventuranzas, dejando que la fe ilumine la inteligencia, denuncie el pecado y enseñe a mirar al mundo y al hombre desde Dios. Por eso es imprescindible celebrar con gozo la Palabra de Dios, confesando y testimoniando nuestra fe. “Una fe viva puede proporcionar impulso para cambiar los esquemas de autovaloración negativos ya convertidos en habituales para prestar mayor atención a sus propiedades y cualidades positivas, en la medida en que el creyente adquiere conciencia de esta tarea y de su conexión con el precepto del amor a si mismo, al prójimo y a Dios. Es más, la fe viva en el perdón de Dios puede facilitar la confesión y la aceptación de la culpa moral que afecta a veces sensiblemente al sentimiento de autoestima, porque le asegura al afectado que a pesar de su culpa, es aceptado por Dios” 4.
Actitud coherente
No debemos dejarnos mediatizar por las apariencias sino por la actitud coherente ante la mirada de Dios. La Cuaresma nos ofrece la oportunidad de un examen sobre nuestras relaciones con Dios, con los demás y con nosotros mismos, y nos invita a la oración, al ejercicio de la limosna y al ayuno, rehaciendo nuestra imagen de Dios según la revelación de Cristo, dirigiendo nuestra mirada a los demás en las distintas situaciones en que se encuentran, y dándonos cuenta de que el ayuno no es para estar físicamente en forma sino para encontrarnos en profundidad con nosotros mismos, asumiendo el compromiso de vivir coherentemente nuestra vida cristiana. “Nuestra existencia está relacionada con la de los demás, tanto en el bien como en el mal; tanto el pecado como las obras de caridad tienen también una dimensión social.
La atención a los demás en la reciprocidad es también reconocer el bien que el Señor realiza en ellos y agradecer con ellos los prodigios de gracia que el Dios bueno y todopoderoso sigue realizando en sus hijos. Cuando un cristiano se percata de la acción del Espíritu Santo en el otro, no puede por menos que alegrarse y glorificar al Padre que está en los cielos (cf. Mt 5,16)” 5. En todo este proceso es fundamental la fe gracias a la cual “esa vida nueva plasma toda la existencia humana en la novedad radical de la resurrección. En la medida de su disponibilidad libre, los pensamientos y los afectos, la mentalidad y el comportamiento del hombre se purifican y transforman lentamente” 6.
En el camino hacia la Pascua, os saluda con todo afecto y bendice en el Señor,
+Julián Barrio
Arzobispo de Santiago de Compostela