Mons. Francesc Pardo i Artigas La última reflexión sobre la Iglesia quedó aplazada, dado que el domingo anterior debía reflexionar sobre la campaña contra el hambre.
Con frecuencia, en nuestro discurso sobre la Iglesia parece que no se tenga presente al Espíritu Santo. Y peor aun, cuando algunos colectivos ponen la Iglesia –que ellos denominan “institución”- al margen o incluso en contra del Espíritu Santo. Algunos son especialistas en reconocer la acción del Espíritu Santo en cualquier grupo o actividad… antes que en la Iglesia.
Recuerdo una conferencia –que por cierto me entristeció mucho-, en la que el conferenciante, en un intento de hacerse el gracioso y provocar simpatías en un sector de la audiencia, explicó aquella ocurrencia entre el Espíritu Santo y Roma. La Santísima Trinidad se propone pasar unas vacaciones en Roma. Hablan y el Espíritu Santo, entusiasmado, exclama: “Si, si, a Roma, donde no he estado nunca”.
Algunos de los presentes, al terminar la conferencia, solo se referían a la citada ocurrencia y no a otra cosa. Podría explicar otras situaciones semejantes, mencionaré una como muestra: reunión de sacerdotes –hace ya algunos años en la que se subrayaban hechos y debilidades de la Iglesia y, especialmente, de los obispos. A continuación se valoraba el trabajo concreto de grupos comprometidos, de comunidades de base, de comunidades populares… En un momento dado, uno de los participantes constató lo siguiente: “Somos capaces de descubrir el valor y la presencia del Espíritu en muchas personas, pero lo negamos a la jerarquía y a quienes tienen responsabilidades. Estamos hablando de una Iglesia que no es la nuestra”.
Esta forma de pensar tiene sus consecuencias. La acción pastoral que se propone en según que ámbitos no busca la forma de integrarse en la Iglesia, sino la manera de prescindir de ella y obviarla. En algunas proclamas y proyectos parece que manifiesten: “Aquí nos ahorramos la Iglesia y todos sus inconvenientes”. Y algunos reclamos pastorales, nos suenan a algo parecido a “ven a Ikea, la república independiente de una Iglesia hecha a tu medida”.
No nos dejemos confundir por una forma de entender y vivir la Iglesia que no es la del Nuevo Testamento, la de los Padres Apostólicos, la de los Padres de la Iglesia, la de los Concilios, la del Vaticano II, la del magisterio y la de la inmensa mayoría del pueblo cristiano católico hasta hoy. No pensemos en la Iglesia como en una película de buenos y malos, de fieles e infieles, de oprimidos y opresores, de grandes titulares mediáticos… sino en la Iglesia de Dios y de los hombres, santa por parte de Dios y pecadora a causa de las debilidades y pecados de todos. Pero una Iglesia que continúa actualizando la salvación de Jesucristo en la historia humana y en la de cada persona.
Escuché una memorable sentencia de labios de un sabio párroco de pueblo que no hace mucho leí reproducida en un artículo: “La diferencia entre el Evangelio y el Vaticano –podéis añadir los obispos, las curias diocesanas-, es la misma, más o menos, que había entre Jesús y Pedro”.
En positivo, es necesario que cada uno de nosotros contribuyamos a la gran sinfonía eclesial. Todos aportamos lo que vivimos, somos y hacemos, pero debemos hacer caso del director y que todos los instrumentos interpreten la misma partitura o sinfonía.
Es necesario contar con el Espíritu Santo, que ha sido dado a toda la Iglesia con unos dones especiales para cada responsabilidad y misión, porque Él cuenta con nosotros.
+Francesc Pardo i Artigas
Obispo de Girona