Mons. Gerardo Melgar Queridos diocesanos:
Este Domingo celebramos la Jornada de la Infancia Misionera con la colecta en todas las parroquias. Unos días después, el Domingo 3 de febrero, vamos a celebrar esta fiesta eclesial con todos los niños de las parroquias de Soria en la iglesia parroquial de El Salvador; yo mismo presidiré ese día la Santa Misa a las 11 de la mañana. Ojalá, queridos niños, seáis muchos los que podáis participar en esta celebración.
La Infancia Misionera es una Jornada dirigida, fundamentalmente, a concienciar a los niños de la importancia de la ayuda recíproca entre los niños de los cinco continentes. Sin duda alguna, éste es un día hermoso para ayudar a entender a los niños las necesidades de otros niños mucho más pobres que ellos y la necesidad de solidarizarse con ellos dando respuesta a sus necesidades. Los niños, desde bien pequeños, han de aprender a ser solidarios con los que más sufren; es claro que lo harán en la medida en que haya alguien que les ayude a descubrir la hermosura de saber compartir.
Ahora bien, hemos de enseñarles que la solidaridad no sólo debe reducirse a lo material; el niño que ha tenido la suerte de conocer a Jesús y encontrarse con Él sabe que es una experiencia irrepetible; generalmente, están prontos y especialmente sensibles a iniciar relaciones de amistad con otros niños, independientemente del color de la piel o de su raza. Por eso, se trata de ayudarles a que descubran que la fe, que es un bien precioso para ellos, lo es y tiene que serlo también para tantos y tantos niños que aún no conocen a Jesús ni se han encontrado con Él.
Este ‘proceso’ se compondría de cuatro etapas importantes y sucesivas: buscar a Jesús, encontrarse con Él, seguirlo” y Hablar de Él a los demás. Es un proceso muy claro, que el niño sigue con gran facilidad y alegría; eso sí, necesita de alguien que le ayude a buscar al Señor, a descubrirlo, a seguirlo y a comunicarlo. Parafraseando al apóstol ¿cómo van a buscar a Jesús si nadie les ayuda a ver lo importante que es encontrarlo? ¿cómo van a encontrarlo si nadie les ayuda a reconocerlo? ¿cómo van a seguirlo si nadie les enseña cuál es el camino para su seguimiento? ¿cómo van a hablar de Él a los demás si ellos no lo han encontrado ni lo siguen?
Aquí es donde las dudas comienzan a rondar la cabeza y el corazón de cualquiera de nuestros contemporáneos: la sociedad en la que vivimos es una sociedad donde Dios y la fe no son valorados; nuestras familias se han ido paganizando y ya no transmiten a sus hijos las primeras experiencias de fe porque los padres tampoco buscan a Dios y, por lo mismo, no hablan de Él ni de la fe a sus pequeños. Es aquí donde quiero volver al título que he querido dar a este escrito, queridos diocesanos: la Infancia Misionera es una fiesta para la reflexión de los adultos porque somos los mayores los que tenemos que transmitir la fe a los pequeños y hacer que la vivencia de la misma pase de unas generaciones a otras. Sin esta transmisión de padres a hijos es muy difícil que el niño busque, valore y viva su fe ni cuando es pequeño ni cuando sea adulto, precisamente porque no ha tenido una experiencia real de fe en su propia vida familiar.
La familia debe ser para el niño la primera escuela en la que aprende a conocer, valorar y vivir la fe. Es en la familia donde se le enseña a tener una “cosmovisión creyente”, es decir, una visión del mundo en la que Dios está presente como Creador; en la que Cristo aparece como el verdadero Salvador del ser humano que se encarna haciéndose uno como nosotros, muere por amor al hombre y resucita para vencer definitivamente la muerte; una visión que plasme la bellísima certeza de saber que el hombre no esté destinado para el fracaso eterno sino para la Vida eterna.
Es en la familia donde el niño tiene su primera experiencia de oración, de gratitud hacia Dios que le sostiene, consuela, ayuda y bendice. Es en la familia donde los niños aprenden a querer a los demás porque así se lo pide Jesús; a ser solidariosporque los demás también son hijos de Dios y hermanos suyos; a preocuparse por los demás niños para que conozcan y tengan a Jesús como el gran Amigo. Todo esto lo lograrán conocer si así lo aprendieron a vivir de sus padres. Por todo ello, hemos de recuperar el sentido creyente de nuestras familias: Dios tiene que seguir teniendo un lugar de preferencia en nuestra vida familiar y en la educación de los hijos; Dios no puede ser el gran ausente en nuestras familias convirtiéndolas en hogares paganos, en los que se viven otros criterios distintos y contrarios a los de Jesús.
Los padres quieren lo mejor para sus hijos pero, a la vez, muchos de ellos no transmiten la fe a los mismos porque ellos tampoco la viven; de este modo, les están privando de importante, fundante, fuente y camino de verdadero sentido y auténtica felicidad. Permitidme la expresión: casi por egoísmo la fe debería ser algo que nos interesara, que viviéramos y transmitiéramos a los demás, porque ella es cuna de respuestas a los interrogantes más profundos del ser humano (nuestro origen, nuestro destino, el dolor, la enfermedad y la muerte, los momentos felices de la vida y también los otros momentos dolorosos). Si queremos que los niños vivan en todo su significado esta Jornada de la Infancia Misionera, los adultos tenemos que recuperar nuestra inquietud por buscar al Señor, encontrarnos con Él, seguirlo personalmente como verdaderos discípulos de Cristo, mostrarlo y hablar de Él a los demás, manifestando siempre la alegría y el gozo de ser creyentes.
Ojalá celebremos la Infancia Misionera como una llamada a renovar nuestra fe y a transmitirla a los demás. Somos seguidores del Señor y su mensaje; esto exige, como recuerda muchas veces el Papa Benedicto XVI, que no nos guardemos la fe para nosotros solos sino que la comuniquemos y transmitamos a los demás.
+Gerardo Melgar
Obispo de Osma-Soria