Mons. Julián Barrio Queridos diocesanos:
La Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos de 2013 se celebra en el Año de la Fe, que el papa Benedicto XVI ha propuesto para celebrar el cincuenta aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II. El profeta Miqueas se pregunta: “¿Qué exige el Señor de nosotros?” (Mi 6,6-8).
Al apóstol Pedro y a los demás apóstoles les preguntaban: “¿Qué tenemos que hacer, hermanos? (Hech 2,37). Son dos interrogantes convergentes en esa preocupación que ha de unirnos a todos los cristianos tratando de favorecer la unidad de todos los cristianos.
El profeta Miqueas nos indica que “respetemos el derecho, practiquemos con amor la misericordia y caminemos humildemente con nuestro Dios”(Mi 6,8).
El verdadero ecumenismo comporta lógicamente un diálogo teológico
que ha de estar respaldado por una actitud espiritual de vida y un testimonio
común, el testimonio de la verdad y de la caridad. Esto es lo que ha de
dinamizar nuestras relaciones ecuménicas. Trabajar por la paz, promover el
respeto a la vida desde su concepción hasta su muerte natural, proteger la
familia fundamentada en el matrimonio entre un hombre y una mujer, ayudar a los pobres y a los perseguidos por su fe, cuidar la naturaleza… son entre otros referentes para el diálogo y el compromiso entre todos los cristianos e incluso con los no cristianos.
El Papa, en su reciente discurso dirigido a la plenaria del Consejo
pontificio para la promoción de la Unidad de los Cristianos, que reflexionaba
sobre el tema: “La importancia del ecumenismo para la nueva evangelización”, considera que este tema “se introduce muy bien en el contexto del Año de la Fe que he querido como momento propicio para volver a proponer a todos el don de la fe en Cristo resucitado”; les dice que “existe un estrecho vínculo entre la suerte de la evangelización y el testimonio de unidad entre los cristianos”; y constata que “un auténtico camino ecuménico no puede perseguirse ignorando la crisis de fe que están atravesando vastas regiones del planeta, entre ellas las que primero acogieron el anuncio del Evangelio y donde la vida cristiana ha sido floreciente durante siglos”.
Se percibe cada vez más que el ecumenismo ha de estar enraizado
en la vida de las personas y de las comunidad para sea un movimiento
auténtico y creíble, quedando afectado negativamente por las tensiones y
controversias éticas, políticas y sociales. La dinámica del movimiento
ecuménico ha de ser un diálogo sincero y coherente sin dejar a un lado las
diferentes posturas que avocan al diálogo. La oración por la unidad se hace
alabanza por los frutos del diálogo ecuménico y los avances hacia la unidad
plena y visible querida por el Señor para su Iglesia. Esto nos exige una
constante penitencia, una sincera conversión y una viva caridad. Esta es gracia que el Buen Dios está siempre dispuesto a comunicar por su Hijo Cristo Jesús.
Caminar en diálogo
Si, es lo primero que nos pide el Señor Jesús: Que caminemos en
constante diálogo con El y unos con otros, y que compartamos los dones que
del Espíritu hemos recibido para el servicio del bien común. Jesús escuchaba a las personas con amabilidad y comprensión, les ayudaba a liberarse de lo que les impedía ser felices, les proponía una vida nueva y en plenitud. En
cumplimiento de su promesa, de permanecer siempre con nosotros, se hace
accesible a los caminantes de la vida sin esperanza, como un día aconteció con
los discípulos de Emaús; este encuentro con Cristo resucitado, y en la escucha
atenta de su Palabra, avivará nuestra fe en El, nos devolverá a la comunidad de hermanos y caminaremos juntos “hacia la plena unidad de la Iglesia”: “La
comunión en la que los cristianos creen y esperan es, en su más profunda
realidad, su unidad con el Padre por Cristo y en el Espíritu Santo. A partir de
Pentecostés, esta comunión se da y se recibe en la Iglesia, comunión de los
santos. Se cumple en plenitud en la gloria del cielo, pero se realiza ya en la
Iglesia en la tierra, mientras camina hacia esa plenitud” (Directorio ecuménico, 1).
Caminar en solidaridad
Caminar hacia la unidad visible de la Iglesia está en relación
directa con la credibilidad del anuncio de la Buena Nueva y es inseparable de
su acción samaritana con los malheridos en los caminos de la vida; el Señor nos exige bajar de nuestros privilegios, egoísmo y cálculos, poner en práctica su mandato del Amor y solidarizarse con todos los excluidos y necesitados de
justicia, de cariño y de paz. De este modo, la unidad de la Iglesia será un signo
eficiente de la unidad del mundo.
Caminar en celebración
La unidad de la Iglesia tiene una dimensión escatológica, como toda la vida cristiana; todavía estamos en camino hacia su plenitud. Pero debemos reconocer cuántos dones del Espíritu Santo compartimos los
cristianos, cómo un mismo bautismo nos une a Cristo y a todos sus miembros
en su Cuerpo no dividido; y celebrar y agradecer el don recibido de la unidad,
como los frutos cosechados por el diálogo ecuménico del amor y de la verdad.
A nosotros corresponde seguir sembrando con esperanza y pedir al Espíritu
que nos lleve hacia la unidad plena. “El Espíritu Santo que habita en los
creyentes, que llena y rige a toda la Iglesia, realiza esta admirable comunión de los fieles y los une a todos en Cristo tan íntimamente, que Él es el principio de la unidad de la Iglesia. Él es quien realiza la diversidad de gracias y de
ministerios, enriqueciendo con funciones diversas a la Iglesia de Jesucristo,
organizando así a los santos para la obra del ministerio, en orden a la
construcción del Cuerpo de Cristo’” (UR, 2; cf Ef 4,12).
Os saluda con todo afecto y bendice en el Señor,
+Julián Barrio Barrio
Arzobispo de Santiado de Compostela