Mons. Agustí Cortés El testimonio de una conversión queda reforzado cuando la búsqueda no es solo individual, sino que se realiza “en pareja”. Entonces, todo es búsqueda sostenida y alimentada por el amor. Éste, en efecto, vivido dentro de las condiciones de este mundo, además de gozo por la presencia de la persona amada, es también anhelo provocado por una ausencia. El amor auténtico nunca está saciado: constantemente busca… al otro y al mismo Amor, con mayúsculas. Por eso solemos decir que el matrimonio no solo consiste en mirarse uno al otro, sino en mirar los dos hacia la misma dirección.
Así ocurrió con el matrimonio formado por Mónica y Agustín, argelinos, convertidos del Islam al Cristianismo, tras una búsqueda vivida en el seno del propio amor. Sus nombres, como ocurrió con otros convertidos del norte de África, fueron adoptados por ellos en recuerdo de cristianos ilustres en aquella zona geográfica anteriores a la dominación islámica. Ambos habían sido educados en el Islam. Se conocieron en un concierto de música y su encuentro despertó la sensación de una profunda sintonía: además de compartir gustos musicales, ambos sentían una misma aspiración, buscaban libertad. Sobre todo ella nunca había estado satisfecha con “fórmulas prefabricadas”. A finales de los años ochenta vive Argelia una trágica ola de violencia ocasionada por los fundamentalistas, que acentúa su necesidad de algo nuevo capaz de colmar sus aspiraciones.
En un principio ese “algo” no tenía rostro. Se casaron y, a través de una amistad casual con unos italianos piamonteses, a quienes Agustín había ayudado en el desierto cuando estaban perdidos, tuvieron la oportunidad de emigrar a Italia ya con dos hijas. El contacto con la comunidad cristiana y su progresiva integración despertó en ellos la fascinación por Jesucristo, en tanto que significaba “un Dios al alcance del hombre”. Problemas burocráticos les obligan a regresar a Argelia. Se acumulan las dificultades y los sufrimientos. Consiguen pasar a Túnez y él trabaja como chófer de un sacerdote misionero emiliano, que le facilitó los contactos con los cristianos y la participación en las reuniones semiclandestinas. Fueron bautizados secretamente en 1999.
Habiendo cambiado la situación política de Argelia, pueden volver a Kabilia, su ciudad natal. Su casa se convierte en lugar de acogida de la comunidad cristiana para sus reuniones y para celebrar la Eucaristía una vez al mes, siempre bajo la amenaza de posibles denuncias.
En el 2001 pudieron volver a Italia, donde ella trabaja como obrera en una empresa mecánica, él como albañil y sus hijas como dependientas en un supermercado. Mónica está comprometida en trabajos de voluntariado.
Frecuentemente la libertad de los hijos de Dios se vive en contextos de esclavitud. Pero no deja de ser libertad real, fuente de alegría verdadera.
En todo caso, Mónica y Agustín alimentan desde la fe cristiana un bonito sueño: poder volver un día a Kabilia en paz, para comunicar a sus hermanos su experiencia y hacer ver “cómo podría cambiar Argelia si el viento de la libertad pudiera soplar en aquellas tierras”. Ellos saben bien que la fe no anula sus raíces culturales e identitarias, sino que las integra y les da un nuevo brillo
† Agustí Cortés Soriano
Obispo de Sant Feliu de Llobregat