Mons. Joan E. Vives Al entrar en el Año Nuevo 2013, creo que todos debemos haber pensado que este año nos convenía pedir, sobre todo, el don de la esperanza para cada uno de nosotros y para toda la humanidad. Para el nuevo año de gracia que el Señor nos regala, debemos proponernos un compromiso aún más fuerte de amor y solidaridad con los que nos rodean y con quienes más nos necesitan, ciertamente, pero sobre todo, necesitamos reavivar la esperanza. Lo he dicho en todos los retiros en los que he predicado últimamente y éste ha sido mi mensaje para el Año Nuevo. Tener esperanza, nos abre al misterio de nuestra existencia, que sólo se esclarece en el misterio del Hijo de Dios hecho realmente hombre como nosotros (cf. GS 22). El ser humano es el único que espera, porque está volcado hacia el futuro, hacia la eternidad. Y necesita la esperanza para vencer el miedo a todo lo que es adverso en este mundo. La esperanza está siempre muy relacionada con el vivir la fe en Dios de forma confiada y con amar de forma concreta y comprometida. Debemos fiarnos de Dios que nos dice hoy, como lo decía a los exiliados de su pueblo, tentados por la desesperación y el desánimo: «Sé muy bien lo que pienso hacer con vosotros: designios de paz y no de aflicción, daros un porvenir y una esperanza» (Jer 29,11).
El ser humano necesita a Dios, de lo contrario queda sin esperanza. El hombre nunca puede ser redimido solamente desde el exterior. El hombre es redimido por el amor. Un amor incondicional, absoluto. La verdadera, la gran esperanza del hombre, que resiste la adversidad a pesar de todas las desilusiones, sólo puede ser Dios, el Dios que nos ha amado y que nos sigue amando hasta el extremo.
Y será la esperanza la que nos llevará a trabajar decididamente por la Paz. «Dichosos los que trabajan por la paz!» ha titulado Benedicto XVI su Mensaje para la Paz del día 1 de enero. Él destaca que «los que trabajan por la paz son los que aman, defienden y promueven la vida en su integridad». El Papa defiende el derecho a la vida y también el derecho al trabajo, a la libertad religiosa y el matrimonio entre hombre y mujer, y afirma que el terrorismo, las guerras, las desigualdades sociales y los fundamentalismos religiosos también representan un peligro para la paz. «La paz no es un sueño, no es una utopía: la paz es posible. Nuestros ojos tienen que ver con más profundidad, bajo la superficie de las apariencias y las manifestaciones, para descubrir una realidad positiva que existe en nuestros corazones, porque todo hombre ha sido creado a imagen de Dios y está llamado a crecer, contribuyendo a la construcción de un mundo nuevo».
Durante todo el año que estamos iniciando, necesitaremos mucha «fe/ esperanza/caridad», las tres virtudes unidas como una única gran respuesta al Amor incondicional de Dios. Así podremos afrontar crisis, retos y dificultades con coraje, para animarnos en el camino de la vida, para superar fracasos y desencantos, para construir la sociedad más fraterna y justa que tanto necesitamos, para ser más solidarios con los que sufren, para amar a semejanza de Jesús, que nace humilde y pobre en Belén, y que santifica las aguas del mundo desde el río Jordán, para que nosotros podamos ser hijos de Dios por el bautismo. Pido para que la ternura de estos días de Navidad y Epifanía nos mantenga abiertos al amor, a la alegría ya la solidaridad. ¡Siempre con esperanza!
+Joan E. Vives
Arzobispo de Urgell