Mons. Javier Salinas La Fiesta de Reyes, como solemos llamar a la Epifanía del Señor, tiene sabor a infancia y a alegría. Los niños se convierten, de una forma muy particular, en destinatarios de múltiples atenciones y regalos que suscitan su sonrisa, su capacidad de sorpresa. También los mayores disfrutamos de regalos que, aunque sean sencillos, nos muestran que somos importantes para los que nos rodean, y ese es el mayor de los regalos.
En el día de Reyes, en la celebración de la Eucaristía de nuestra parroquia escucharemos este texto del profeta Isaías que revela el alcance de esta fiesta: “¡Levántate, brilla, Jerusalén, que llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti!” (Is 60,1). Sí, los Magos de Oriente se pusieron en camino guiados por la inquietud de su corazón. La estrella será la guía en su caminar, una luz en medio de la noche. Pero su gran alegría será el encuentro con el Niño Dios, la Luz del mundo. “El camino de los Magos es sólo el comienzo de una gran procesión que continúa en la historia. Con estos hombres comienza la peregrinación de la humanidad hacia Jesucristo, hacia ese Dios que nació en un pesebre, que murió en la Cruz y que, resucitado, está con nosotros todos los días hasta el fin del mundo (Cf. Mt 28,20)”(Benedicto XVI).
En la fiesta de los Reyes Magos somos invitados a regalarnos mutuamente presentes, que no son sino signos de amistad y cercanía, pero, sin duda, el mayor regalo que se nos puede hacer es la visita de Dios. Esta es la cuestión más decisiva, pues, si creemos en Dios, que nos ama, nuestra vida adquiere un nuevo sentido. En la vida cotidiana, tejida de tantas experiencias, unas veces de alegría y maravilla y otras de sufrimiento y oscuridad, la celebración de Reyes es una fiesta de luz, de una luz que no se extingue y es capaz de iluminarlo todo. ¡Qué gran regalo nos ha hecho Dios Padre al darnos a su Hijo! Qué gran regado que su presencia no sea sólo un acontecimiento en un punto lejano de la historia, sino una realidad viva y actual, pues, por la acción del Espíritu Santo en nosotros Cristo es nuestro contemporáneo.
En este Año de la Fe todos los cristianos, como los Magos de Oriente, caminamos al encuentro del Señor movidos por la inquietud del corazón, que no se conforma con nada que no sea Dios y, por ello, no se deja narcotizar por tantas cosas que intentan sustituirlo. Dispongámonos a acoger a Aquel que viene a nuestro encuentro; que llama a nuestra puerta: es Jesucristo, presente en la Iglesia, que nos habla en la Palabra y nos alimenta y transforma en los Sacramentos, y así podamos reconocerle en nuestros hermanos.
+ Javier Salinas Viñals
Obispo de Tortosa