Mons. Gerardo Melgar Queridos diocesanos:
El Tiempo de Adviento nos traza -a través de los Domingos- un itinerario a recorrer en la espera del Salvador. Durante los días ya ‘caminados’ hemos recibido diversas llamadas desde la Palabra de Dios: el primer Domingo se nos exhortaba a estar despiertos y vigilantes para descubrir lo que sucede en nuestro entorno, en nosotros mismos y ver lo que tenemos que cambiar para -desde ese conocimiento- hacer nuestro plan para vivir lo mejor posible este Tiempo de salvación. El segundo Domingo éramos convocados a preparar positivamente el camino al Señor que llega; para ello, se nos mostraba como modelos a los profetas y a Juan el Bautista. Hoy, en el tercer Domingo (Domingo gaudete, Domingo de la alegría), desde aquellos personajes que se acercan a Juan el Bautista a preguntarle en concreto qué tiene que hacer cada uno, se nos hace una llamada a preguntarnos: yo ¿qué tengo que hacer para preparar mi corazón, mi vida, para recibir al Salvador que quiere hacerse presente en mí? ¿Qué tengo que preparar en mí, en lo que toca a mi relación con Dios, con los demás o conmigo mismo? Hemos de repetirnos a nosotros mismos aquella pregunta de los personajes que se dirigen a Juan el Bautista: y yo ¿qué debo hacer para prepararme a recibir al Salvador en mi vida? ¿Qué debo poner o qué debo quitar para que Dios esté realmente presente en mí?
Junto a esta apremiante llamada, la misma palabra de Dios proclamada este Domingo nos obliga a hacernos otra pregunta no menos importante ¿Cómo hemos de hacer todo esto mencionado anteriormente? ¿Cómo debo cambiar? ¿Cómo debo hacer presente a Dios en mi existencia? La respuesta nos la ofrece San Pablo en la Carta a los Filipenses que hoy proclamamos como segunda lectura: hemos de hacerlo con alegría, debemos estar “siempre alegres en el Señor” (Flp 4, 4); la razón es sencilla: “el Señor está cerca”.
La alegría es una actitud y una virtud propia del cristiano; decía San Francisco de Sales que un santo triste era un triste santo. El cristiano debe vivir su fe con alegría porque la vivencia de la fe produce necesariamente alegría y gozo profundos; el Señor no sólo está cerca sino que está dentro del creyente que trata de vivir su fe en Él. Por eso, el Papa Benedicto XVI cuando proclama el Año de la fe (en orden a reanimar y renovar la fe de los creyentes) afirma que revitalizando nuestra fe tendremos la oportunidad de experimentar la alegría y el gozo de ser creyentes, transmitiendo ese gozo y esa alegría a los demás para que también ellos puedan experimentarla.
Vivimos en un mundo lleno de pobreza, heridas y laceraciones aunque muchos traten de ocultar su tristeza y heridas detrás del bullicio y del ruido. Nosotros debemos sorprender e impactar por nuestra alegría; no una alegría que surge de la bulla de la sociedad sino por la alegría interior de quien se siente profundamente amado por Dios, un Dios que acompaña y se interesa por sus hijos, y da sentido a su vivir y a sus interrogantes más importantes.
Debemos vivir nuestra fe con alegría, una alegría contagiosa, la alegría de la entrega, la alegría de quien ha encontrado al Señor y se sabe querido y amado por Él, y es feliz y lo manifiesta valientemente donde quiera y con quiera que se encuentre. Nuestra vida creyente impactará de verdad en este mundo sin Dios, a cuantos no creen o creen raquíticamente, o a los que han dejado casi morir su fe si realmente la vivimos con auténtica alegría, con verdadera elegancia, como quien sabe que es un afortunado por ser creyente. Es desde la alegría desde donde debemos vivir nuestra entrega a Dios y a los demás; es desde esa alegría desde donde hemos de vivir nuestra propia vocación, sea la que sea, porque sólo una vocación vivida con profundo gozo en el Señor puede convencer a los que nos ven vivir como creyentes.
Vivamos esta recta final del Adviento, esta Navidad y cada día de nuestra vida con la alegría de saber que Dios está presente en nuestras vidas, nos ama y nos acompaña siempre; con Él a nuestro lado, nada ni nadie nos podrá apartar de su amor y seremos plenamente felices.
+ Gerardo Melgar Viciosa
Obispo de Osma-Soria