Mons. Carlos Escribano El Adviento y de Navidad vienen marcados de un modo especial por la figura de Santa María. Esta aparece constantemente en los evangelios que se proclaman en la liturgia de estos días y la celebramos en diversas fiestas como la Inmaculada Concepción, la Sagrada Familia o la Solemnidad de Santa María, Madre de Dios el primero de Enero. De la mano de María sabemos que podemos vivir con especial intensidad este año de la Fe, pues es un magnífico ejemplo para aprender a tener nuestra mirada en Cristo que “inició y completa nuestra fe” (Heb 12,2): “Por la fe, María acogió la palabra del Ángel y creyó en el anuncio de que sería la Madre de Dios en la obediencia de su entrega (cf. Lc 1, 38). En la visita a Isabel entonó su canto de alabanza al Omnipotente por las maravillas que hace en quienes se encomiendan a Él (cf. Lc 1, 46-55). Con gozo y temblor dio a luz a su único hijo, manteniendo intacta su virginidad (cf. Lc 2, 6-7). Confiada en su esposo José, llevó a Jesús a Egipto para salvarlo de la persecución de Herodes (cf. Mt 2, 13-15). Con la misma fe siguió al Señor en su predicación y permaneció con él hasta el Calvario (cf. Jn 19, 25-27). Con fe, María saboreó los frutos de la resurrección de Jesús y, guardando todos los recuerdos en su corazón (cf. Lc 2, 19.51), los transmitió a los Doce, reunidos con ella en el Cenáculo para recibir el Espíritu Santo (cf. Hch 1, 14; 2, 1-4)”. (Porta Fidei nº 13).
La Iglesia siempre ha contemplado a María como gran maestra de la fe y ha constatado que de su mano se puede conocer mejor el misterio de Cristo. En el trascurrir de la historia de la Iglesia se han formulado cuatro dogmas de fe referidos a Santa María, que se nos descubren como hondamente cristológicos. Estos han ayudado al pueblo de Dios a profundizar en el gran acontecimiento de la historia de la Salvación que es la persona de Cristo y a descubrir matices enormemente enriquecedores a la hora de cimentar y afianzar nuestra creencias cristológicas, eclesiológicas y antropológicas. No hay que olvidar que son dos los elementos constitutivos a considerar a la hora de definir un dogma de fe: primero, tiene que ser una verdad contenida en la revelación. En segundo término, esa verdad ha tenido que ser formulada y expuesta como verdad de fe.
Así ha ocurrido a lo largo de la historia de la Iglesia con los dogmas marianos. Estos son los siguientes: María es Madre de Dios, la perpetua virginidad de María, la Inmaculada Concepción de María y la Asunción de la Virgen en cuerpo y alma a los cielos. Los dos primeros son formulados en los Concilios que se desarrollaron en los siete primeros siglos de la historia de la Iglesia. La maternidad divina de Santa María, virgen antes, durante y después del parto, presenta a Cristo en la fe de la Iglesia como verdadero Dios y verdadero hombre. Los dos últimos, proclamados en 1.854 y 1.950 respectivamente, tienen un carácter doxológico, es decir, de alabanza a Dios por lo que ha llevado a cabo en la historia para la salvación de los hombres. Los dogmas de la Inmaculada Concepción y de la Asunción ayudan, al contemplar la figura de María, a la fe y a la piedad del pueblo creyente con un marcado acento litúrgico y cultual.
Os animo a vivir este Adviento y este Año de la Fe de la mano de María. Seguro que de su mano podremos profundizar en nuestro conocer a Jesús, para amarle más y servirle mejor.
+ Carlos Escribano Subías,
Obispo de Teruel y de Albarracín