Mons. Carlos Escribano El contenido real de la celebración de la Navidad se ha ido diluyendo en los últimos años. La significación profana intenta imponerse al gran acontecimiento del Nacimiento de Cristo según la carne y a nuestra necesaria preparación. Esto afecta a la vivencia del Adviento incluso para los cristianos. Por eso en este año de la Fe, sería muy importante vivir este tiempo fuerte con espíritu de conversión, para buscar el núcleo del acontecimiento que la Iglesia nos invita a celebrar.
¿Cuál entonces es ese núcleo de la vivencia del Adviento? Es un tiempo litúrgico en el que la Iglesia celebra su fe. Por ser un tiempo litúrgico, hunde sus raíces en los misterios de la vida de Cristo y con su sabia, penetra la vida cristiana nutriendo las convicciones y actitudes de los fieles. La liturgia es la acción-contemplación del Cristo total. Es una única acción, en la cual los misterios de la vida de Cristo, que tienen su centro en la Pascua, se despliegan a lo largo de todo el año. También en la liturgia Dios toma la iniciativa mostrando un doble movimiento: es un don de Dios que viene de lo alto (descendente) y es la respuesta del hombre a su Dador (ascendente). El vivir la liturgia del Adviento ayuda al creyente a descubrir su realidad impregnada por la presencia fascinante de Dios que visita a su Pueblo. Es un don que exige una respuesta en consonancia, de ahí nuestra necesidad de preparación, de celebración y de conversión. La Iglesia celebra en el Adviento la irrupción de lo definitivo, para ello hace memoria de la Encarnación de Verbo, a la vez que levanta su corazón implorando a Dios el cumplimiento definitivo de su plan de salvación.
En la Liturgia del Aviento, se puede reconocer el anuncio de una triple llegada de Cristo (cfr. prefacio III del Adviento): una ya ocurrida, con el nacimiento histórico de Jesús en Belén, en el que se ha cumplido la espera de los tiempos anteriores anunciados por los profetas; luego hay un “todavía por venir” que se está acercando constantemente, en la esperanza; finalmente un venir presente, un venir espiritual y de gracia, que se concreta en “cada persona y en cada acontecimiento”. En este año de la Fe, cuando el creyente mira al pasado con la liturgia del Adviento, descubre que su fe tiene unas raíces profundamente enclavadas en Dios, sintiéndose constantemente invitado a iluminar desde el pasado nuestro presente. Cuando contempla el hoy, ve al mismo Cristo presente en la Iglesia: se actualiza su salvación por medio de los Sacramentos y por el compromiso de los cristianos en el anuncio de la Palabra y en una vida vivida según el Evangelio. Cuando mira al mañana, se refuerza la convicción de que el futuro solo es de Dios, y que sólo desde Él se puede afrontar. Más aun: solo quienes ven así el mañana podrán hacerlo realmente distinto, pues será Él y no nosotros quien lo haga posible.
¡Ven Señor Jesús!, es la oración que la Iglesia recitará de manera constante a lo largo de estas semanas. Es la expresión de un deseo que propuesto desde una fe auténtica es capaz de conmover al mismo Dios, que sale siempre al encuentro del hombre. ¡Ven Señor, no tardes más!
+ Carlos Escribano Subías,
Obispo de Teruel y de Albarracín