Mons. Agustí Cortés En este domingo concluye el Año Litúrgico y celebramos la fiesta de Cristo Rey. Vemos a Jesucristo al final de la historia, a modo de culminación de todos los tiempos, donde se cumplen la plenitud de la humanidad y el designio divino sobre el mundo. Muchas veces, con motivo de esta festividad, nos ha venido a la mente el recuerdo de tantas personas que sueñan o han soñado con una utopía final, un cambio definitivo que diera acceso a un mundo feliz, una sociedad sin clases ni conflictos. Éste era el caso de los marxistas convencidos.
Al menos sobre el papel, y en formulaciones expresas de Karl Marx y otros muchos autores, esta lucha incluía el ateísmo en el sentido de superación de la fe, en tanto que constituía un obstáculo fundamental para la liberación de la persona humana y de la sociedad. Pero la doctrina marxista ofrecía tantos puntos en común con el compromiso cristiano sobre el mundo, que muchos cristianos la asumieron como instrumento de transformación social.
Douglas Hyde (1911–1981) (no confundir con su homónimo, que llegó a ser presidente de la República irlandesa) fue uno de los representantes más típicos de estos procesos. Era un creyente, miembro de la secta protestante de los metodistas. Estudiante de teología, con aspiraciones misioneras, soñaba con cambiar el mundo desde una profunda preocupación social. Al conocer aún joven el comunismo, se apuntó inmediatamente al partido. Un profesor le advirtió de que esa doble militancia era como servir “a dos señores”, Dios y el materialismo. Entonces optó por el marxismo, que para él era garantía de lucha por la justicia. Se entregó apasionadamente a la causa desde su brillante oratoria y sobre todo desde su labor periodística. Como director del Dayly Workerdebió seguir las directrices del partido, es decir, la difícil y tantas veces contradictoria actuación entre los ideales y la práctica política. Dos hechos pusieron en evidencia ante sus ojos los límites, tanto de una ideología reduccionista, como de una política concreta. Por un lado, su enamoramiento de Carol, una joven compañera de partido: fue para él una bocanada de humanismo concreto, más allá de las teorías abstractas de la ideología. Por otro, los cambios de táctica partidista a favor o en contra
del pacifismo, según las alianzas o enfrentamientos con el fascismo de Hitler en torno a la Segunda Guerra Mundial. Simultáneamente, Jesucristo se le acercó por un camino no exento de ironía. Habiendo recibido el encargo de combatir en la prensa las opiniones del Weecly Review, un semanario católico en el que se denunciaba el materialismo (también capitalista) y la dictadura soviética, tuvo que conocer y profundizar en la doctrina social que en él se vertía. Se iban produciendo las persecuciones y atrocidades de la dictadura soviética. El resultado fue que descubrió todo un cuerpo de doctrina, que respondía al ideal siempre buscado. Dimitió de su cargo y se dedicó a escribir y dar conferencias, despertando las mentes y sirviendo a la causa de los más pobres.
Desmitificar un ídolo (ideología y su correspondiente realización política, como absolutos redentores) y descubrir la Doctrina Social de la Iglesia, según sus palabras, como heredera de “los antiguos valores morales y del amor cristiano, capaz de responder a las aspiraciones sociales, políticas y espirituales de la humanidad” significó el umbral de la fe. En su obra Yo creí escribió:
“No me fue fácil llegar a conocer a mi nuevo Dios. El amor de Dios no me llegó automáticamente… Lentamente, yo llegué a conocer el amor de Dios. Pero una cosa es segura: mi Dios no ha fracasado”.
† Agustí Cortés Soriano
Obispo de Sant Feliu de Llobregat