Mons. Julián Barrio Queridos diocesanos:
El domingo, día 25 de noviembre, se nos llama a mirar con responsabilidad a las personas sin techo con el lema: “Son derechos, no regalos, nadie sin hogar”. La Iglesia recorre el camino del hombre con la gracia de Cristo y con la luz del Evangelio que pone ante nuestra consideración el plan de salvación y la dignidad humana. La jornada dedicada a los sin techo ha de avivar nuestra sensibilidad ante la situación de las personas sin hogar y de las que se están viendo privadas de él por los desahucios que están padeciendo dramáticamente. Reivindicar sus derechos y contribuir a transformar esa
realidad, es compromiso de todos, especialmente de nuestros responsables
políticos y financieros que no deben mirar para otro lado ante esta angustiosa
situación. Los sin techo llevan en su vida el drama de no tener un alojamiento
digno, estable y adecuado. Es el triste espectáculo de quienes se esfuerzan por
sobrevivir, obligados a dormir en la calle, en alojamiento precario o en edificios que no reúnen unas condiciones de habitabilidad. “La falta de vivienda que es un problema en si mismo bastante grave, es digno de ser considerado como signo o síntesis de toda una serie de insuficiencias económicas, sociales, culturales o simplemente humanas; y teniendo en cuenta la extensión del fenómeno, no debería ser difícil convencerse de cuán lejos estamos del auténtico desarrollo de los pueblos”1.
Personas excluidas
Los sin techo son personas excluidas y estigmatizadas por su
condición de extrema pobreza que dejan de existir para la sociedad. En no
pocas ocasiones se sienten ignoradas por las administraciones públicas, las
nuevas tecnologías y las relaciones personales, cuando debería ser la sociedad quien notara dramáticamente la ausencia de ellas. Sufren un proceso de
deterioro físico y mental debido a la exclusión o a la estigmatización social.
Por lo general son personas mayores sin trabajo, pero seres humanos con todos sus derechos, que no deben ser discriminados. Damos rodeos para no encontrarnos con ellos; nos incomodan sus inseguridades y sus dudas; pensamos que todo se les regala y nos estremecemos cuando son noticia porque alguno de ellos ha muerto porque no han podido soportar el frío de la noche. Hay que salir al encuentro de estas personas, ofreciéndoles nuestra ayuda y exigiendo que se les ayude. En todo caso, se deben garantizar los derechos sociales básicos como la vivienda, el empleo, la educación y la protección social, transformando las dinámicas sociales de endeudamiento, exclusión y deshumanización que impiden el desarrollo integral del hombre.
Datos para el discernimiento
Sólo en nuestras diócesis hay unas mil quinientas personas sin techo, siendo atendidas muchas de ellas por Caritas Diocesana. Son necesarios los análisis estadísticos pero no debemos perdernos en ellos. La precariedad laboral y el paro que afectan de manera especial a los jóvenes, les hacen inviable
acceder a una vivienda digna que es un derecho y no un privilegio. En no pocos casos conseguirla supone vivir hipotecados de por vida. Esta dificultad se agrava en las personas entre los 40 y 60 años que deambulan por nuestras
calles. Lo cierto es que “estar sin techo no es una cualidad o una condición de
algunas personas, es una situación a la que se llega por una serie de
circunstancias que se encadenan; nadie está a salvo de llegar a ser persona sin
hogar si se dan las circunstancias coincidentes necesarias”.
Nuestro compromiso
Los pobres son la opción preferencial de la Iglesia. La fe en Cristo
muerto y resucitado nos compromete a ser protagonistas de la historia con el
testimonio de una vida fundamentada en la verdad, la justicia, el amor y la
solidaridad. Como cristianos hemos de implicarnos en las necesidades de los
demás, pues nada que afecte a los demás nos puede ser ajeno. Esto nos
compromete a trabajar por el bien común que es incompatible con la
especulación económica que beneficia a unos pocos a costa de muchos. Hay que asumir la propia responsabilidad en la sociedad en que vivimos y no legitimar realidades como la situación de las personas que no tienen un hogar digno. No es buena la indiferente resignación y es injusto considerar como normales las situaciones que no lo son.
Os saluda con todo afecto y bendice en el Señor,
+ Julián Barrio Barrio,
Arzobispo de Santiago de Compostela