Mons. Alfonso Milián Es el eslogan del folleto que nuestra Diócesis está distribuyendo con ocasión del Día de la Iglesia Diocesana, que celebraremos el próximo domingo. En las cuentas que aparecen en este tríptico, puede verse el volumen de recursos que la Iglesia diocesana está dedicando a obras sociales, asistenciales y caritativas a través de sus instituciones más conocidas: Cáritas, Manos Unidas, Obras Misionales, etc.
Pero hay otra labor más profunda que anima la vida de todos los discípulos de
Jesús: su dimensión espiritual. La Iglesia es portadora de los valores y de la
espiritualidad que Jesús vivió y expresó en el Evangelio. La caridad, el perdón, la fraternidad, la verdad, la libertad, la paz, la honradez…, son parte integrante de la espiritualidad de Jesús. Lo dejó claro Jesús en la sinagoga de Nazaret: «el Espíritu del Señor está sobre mí… Me ha enviado a evangelizar a los pobres, a proclamar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista; a poner en libertad a los oprimidos…». La Iglesia debe hacer suya esta espiritualidad.
Cuantos formamos parte de la Iglesia estamos obligados a vivir estos valores que deben animar toda nuestra vida. Así se puede construir una sociedad mejor, en la que no haya ni hirientes diferencias ni odios, rencillas, enemistades y egoísmos que deshacen la sociedad. Debemos esforzarnos para conseguir que nuestro distintivo sea el amor, como en las primeras comunidades cristianas, que eran admiradas por su forma de vivir:
mirad cómo se aman, decían de ellas los paganos. Los cristianos alimentamos esta espiritualidad con la Palabra de Dios y en la Eucaristía, de las que recibimos la fuerza que nos impulsa a colaborar en la construcción de un mundo más humano y fraterno.
Si vivimos de esta forma, seremos una fuerza que impedirá que se repita una
crisis como la que estamos soportando, porque pondremos nuestra meta no en tener ni consumir, sino en compartir y perdonar, en liberar a los oprimidos, atender a los enfermos, levantar al triste, consolar al afligido…
¡Qué gozo formar parte de la Iglesia de Jesús para hacer, a pesar de nuestras
debilidades y pobrezas, una sociedad de hermanos, donde impere la paz, la justicia y la verdad! Es lo que realmente necesita nuestro mundo.
¡Bendita Iglesia que durante dos mil años, atravesando mares tempestuosos,
vienes ofreciendo a este mundo una medicina que cura sus más duras enfermedades!.
Sintamos el gozo, queridos diocesanos, de formar parte de esta Iglesia de
Barbastro-Monzón, que peregrina en las tierras del Alto Aragón, el Somontano y la Ribera del Cinca, porque, a pesar de nuestras debilidades, puede ofrecer lo que realmente sana el corazón del hombre. Y colaboremos con nuestra dedicación personal y nuestros donativos a sostenerla y hacer que cada día sea mejor discípula de Jesús.
Con mi afecto y bendición.
+ Alfonso Milián Sorribas
Obispo de Barbastro-Monzón