Mons. Carlos Escribano La fiesta de San Joaquín Royo, que celebramos el 29 de Octubre, nos ha ayudado este año a comenzar con alegría y gratitud el recién estrenado Año de la Fe convocado por el Papa Benedicto XVI. Celebramos, con motivo de esta fiesta, dos sencillos actos: la presentación, en su pueblo natal, de un completo y recomendable libro sobre S. Joaquín Royo, escrito por su paisano y sacerdote diocesano D. José de Pedro, al que acompaña una preciosa edición pensada para los niños, y la misa organizada por la Delegación de Misiones el día de su fiesta en la Iglesia del Seminario en Teruel.
Este mártir dominico, nacido en Hinojosa de Jarque y muerto en China en 1784, se nos presenta como un gran testigo de la fe. Todo el pueblo santo de Dios se siente llamado este año a revisar esta virtud teologal y recibe el estimulo de tantos testigos que a lo largo de la historia han sabido convertir su fe en vida verdadera. En su carta de convocatoria del Año de la Fe, el Papa hace especial mención de Santa María, de los Apóstoles, de los primeros discípulos y de los mártires como auténticos testigos de la fe. De estos últimos dice: “Por la fe, los mártires entregaron su vida como testimonio de la verdad del Evangelio, que los había trasformado y hecho capaces de llegar hasta el mayor don del amor con el perdón de sus perseguidores”. (Porta Fidei nº 13).
San Joaquín fue uno de aquellos hombres llenos de fe, que la Historia de la Iglesia nos entrega. Enamorado de Jesucristo, que dejándolo todo se embarcó en una aventura digna de titanes, con el único fin de llevar el amor de Cristo a los confines del mundo. Anunció siempre el evangelio en medio de grandes dificultades y persecuciones que en él nunca sofocaron un ejemplar celo apostólico. Su saber vencerse ante las contrariedades, se presenta ante nosotros como un magnífico testimonio en estos tiempos recios en los que debemos trasmitir el mensaje del amor de Dios.
El amor de Dios que predicaba queda refrendado, como testimonio de vida, en el perdón a sus perseguidores por parte de este gigante de le fe. Así lo relata su carcelero: “Tras dos años penosos de cárcel en Focheu fue martirizado tal como nos testimonia el responsable de su calabozo, Lin-Pag, que posteriormente a este martirio se convirtió al cristianismo: «… El Padre Royo nos recibió con alegría. Le dimos primero el vino que es costumbre dar a los ajusticiados. En seguida, arrojando sobre su cara un saco lleno de cal, uno de nosotros se puso sobre él, y apretando con los pies, le acabamos de sofocar. Mis compañeros y yo hicimos esto forzados por la orden de los mandarines: y con gran sentimiento, porque lo teníamos por un hombre muy bueno e inocente. Siempre nos predicaba la religión cristiana; y todo el tiempo que estuvo en la cárcel le vimos con el rostro alegre y orando a su Dios sin intermisión. La misma noche que entramos para matarle, con gran contento y sin señal alguna de temor, nos recibió, diciendo: «Muy bien. ¡Qué felicidad la mía! Seguid la religión cristiana, que a mí me lleva al cielo…» Después levantó los ojos a su Dios, y estando de ese modo orando y sin oponer la menor resistencia, le sofocamos de la manera que queda dicha. ¡Oh, este hombre en verdad que era santo!” Tapándole, pues, los conductos respiratorios con papel empapado en aguardiente y colocándole sobre su cara un saco de cal, muere san Joaquín Royo a sus 56 años el 28 de octubre de 1748, junto con otros cuatro dominicos” (J.P. Ferrer, en Enciclopedia Aragonesa).
Os animo a conocer más de cerca la vida de este testigo de la fe. Seguro que de su mano y por su intercesión, podemos renovar con más intensidad el don de nuestra fe. ¡San Joaquín Royo, ruega por nosotros!
+ Carlos Escribano Subías,
Obispo de Teruel y de Albarracín