Mons. Javier Salinas El Papa Benedicto XVI nos ha recordado que no ha convocado este Año de la fe como una manera de conmemorar el 50 aniversario del inicio del Concilio del Vaticano II, sino para despertar en los cristianos un nuevo anhelo de volver a anunciar a Cristo a los hombres de nuestro tiempo. Esta era también la intención del Beato Juan XXIII cuando, en su discurso de apertura del Concilio, afirmaba que “El supremo interés del Concilio Ecuménico es que el sagrado depósito de la doctrina cristiana sea custodiado y enseñado de forma cada vez más eficaz… La tarea principal de este Concilio no es, por lo tanto, la discusión de este o aquel tema de la doctrina…Para eso no era necesario un Concilio… Es preciso que esta doctrina verdadera e inmutable, que ha de ser fielmente respetada, se profundice y presente según las exigencias de nuestro tiempo”.
En esta línia, es necesario leer de nuevo los documentos del Vaticano II, y buscar en ellos su auténtico espíritu. En realidad, el Concilio no propuso nada nuevo en materia de fe, ni quiso sustituir lo que ha sido creído, celebrado y vivido a lo largodeltiempo. Más bien su interés es mostrar cómo la fe cristiana tiene la fuerza para iluminar, también hoy, la vida de los hombres en un mundo en continuo cambio. Sólo si se leen sus textos en el conjunto de la vida eclesial, descubriremos su propuesta: la verdad, antigua pero nueva, del Evangelio.
Ciertamente nuestro mundo ha cambiado mucho en estos últimos 50 años.Comoa menudo nos señala Benedicto XVI, hoy hay una forma de vivir en la que Dios está ausente, parece que no hemos aprendido de lo vivido en la primera mitaddelsiglo pasado, en que se evidenció lo que supone un mundo sin Dios, cuya consecuencia es la destrucción mismadelhombre. El Papa señala que “se ha difundido el vacío. Pero precisamente a partir de este vacío, escomopodemos descubrir nuevamente la alegría de creer, su importancia vital para nosotros hombres y mujeres. En el desierto se vuelve a descubrir el valor de lo que es esencial para vivir; así, en el mundo contemporáneo son muchos los signos de la sed de Dios”(Homilía 11 de octubre 2012).
Todo esto nos dice también que para ofrecer una respuesta adecuada a esta sed de Dios, hay un camino ineludible: el propio testimonio, pues son quienes viven la fe los que pueden indicar la forma de salir de este vacío y encontrar sentido a la vida. Hoy, más que nunca, evangelizar quiere decir dar testimonio de una vida transformada por Dios, y ésto en las realidades más cotidianas y fundamentales, como es el matrimonio y la familia, la realización de la profesión, la educación, la atención a los enfermos y el servicio de la caridad.
† Javier Salinas Viñals
Obispo de Tortosa