Mons. Javier Salinas Cada vez más la crisis económica y social se manifiesta con toda su crudeza. Escuchamos múltiples análisis de la situación y somos testigos de muchas manifestaciones de protesta. A veces tenemos la sensación de estar en medio de un mar agitado, a la deriva. Sin embargo no podemos olvidar que los movimientos económicos dependen de las decisiones humanas, y, por eso, ante esta situación siempre cabe la pregunta ¿qué podemos hacer?
La respuesta no puede ser la rabia o hacerse preguntas que no tienen respuesta. Tampoco el sálvese quien pueda, porque entonces son los más fuertes los únicos supervivientes. También hay que abandonar la tentación de buscar culpables en los que volcar nuestro resentimiento. Ciertamente los culpables que pueda haber deberían dar cuenta ante la justicia, pero nadie debe olvidar que la situación a la que hemos llegado es fruto de un largo camino a través del cual nuestra sociedad se ha ido asentando en los valores de una economía que busca el lucro por encima de todo, que se dinamiza en el consumismo y que genera en muchos expectativas ilusorias. Una sociedad que ha antepuesto los valores económicos al valor de las personas.
Entonces, ¿qué podemos hacer? Cada uno tiene su parte de responsabilidad, pero hay una respuesta común: lo primero, lo más urgente, es aceptar la situación. Pasa como cuando a uno se le diagnostica una enfermedad. Si no la acepta es incapaz de asumir el camino de curación. La actual situación no es fruto de un momento y, ciertamente, hay múltiples diagnósticos de la situación. Pero para los cristianos, que nos dejamos iluminar por el Evangelio y por todo el humanismo que de él ha surgido, la pérdida de los valores fundamentales que éste señala es un diagnóstico muy real.
Pero, ¿qué cambio de rumbo deberíamos afrontar? La respuesta que presento puede parecer poco práctica pero es decisiva. En su visita a Huelva, en 1993, el Beato Juan Pablo II nos señaló algo radicalmente actual, en una situación parecida a la nuestra: “El olvido de Dios, la ausencia de valores morales de los que sólo Él puede ser fundamento, están también en la raíz de sistemas económicos que olvidan la dignidad de la persona y de la norma moral, poniendo el lucro como objetivo prioritario y único criterio inspirador de sus programas. Dicha realidad de fondo no es ajena a los penosos fenómenos económico–sociales que repercuten en tantas familias, como es la tragedia del paro –que muchos de vosotros conocéis por dolorosa experiencia–, y que lleva a numerosos hombres y mujeres –privados de ese medio de realización personal que es el trabajo honrado– a la desesperación o a engrosar las filas de los marginados sociales”
† Javier Salinas Viñals
Obispo de Tortosa