Queridos diocesanos:
En el Evangelio de este Domingo, Jesús nos da una preciosa enseñanza sobre algo que les ha sucedido a tantos seguidores suyos a través de la historia. El Maestro se encuentra con unos discípulos que han comenzado a seguirle; Él ha ido instruyéndoles con su enseñanza pero llega el momento en el que les habla claramente de las exigencias que conlleva su seguimiento; es entonces cuando se produce la reacción de esos seguidores, muy frecuente hoy también: “este modo de hablar es inaceptable ¿quién puede hacerle caso?” (Jn 6, 60) afirman. Sus enseñanzas les parecen demasiado exigentes a la vez que raras, y su claridad les asusta; por eso, optan por ir por otro camino más fácil, menos exigente, “más normal”, y muchos de sus discípulos se echan atrás y no vuelven con Él.
Contemplando la escena evangélica, bien podríamos decir que hoy la situación se repite al pié de la letra. En efecto, muchos de los hombres y mujeres de nuestro tiempo son hombres y mujeres que -en un momento determinado- fueron seguidores y discípulos de Jesús, creyeron en Él y quisieron ser consecuentes con lo que el Señor les pedía; otros son personas que -en otro tiempo- creyeron porque habían nacido en una familia cristiana, sus padres les habían enseñado con su palabra y ejemplo a valorar la fe y a vivir como ella pedía, y trataron de ser fieles. Sin embargo, llegado el momento decisivo, las luces deslumbrantes de un mundo que va por otros caminos; que quiere desechar a Dios (porque “estorba para que el ser humano sea libre”); que vive desde el placer a costa de lo que sea; que prima la ambición y el materialismo; que busca sólo más dinero, más comodidad… esas luces han logrado apagar la necesidad de Dios, virar el rumbo de la vida y silenciar la voz de Dios.
Muchos creyentes (débiles en su vida interior) han ido dejándose ganar terreno por los valores que nada tienen que ver con Dios y su estilo de vida, y han dejado de valorar el verdadero significado de la fe; de este modo, hoy se muestran totalmente indiferentes a los valores evangélicos, a la vida según Dios.
Todo esto está provocando que -muchos que en otro tiempo creyeron- hoy no crean ni se planteen vivir la vida desde la fe; han seguido la estela de los discípulos del Evangelio que hoy nos presenta la Iglesia: ante las exigencias de la vida en Dios, ante un Jesús que dice las cosas claras, consideran la fe como algo trasnochado, como un fardo pesado, como camino de infelicidad; de este modo, “dan media vuelta” y se alejan totalmente de Jesús, olvidándose de su mensaje salvador.
La Liturgia de este Domingo nos ofrece un buen espacio para que nos hagamos algunas preguntas: ¿dónde estamos situados nosotros, queridos diocesanos, en este momento con respecto al Señor y respecto a nuestra fe? También hoy el Señor nos dirige su pregunta como entonces a sus apóstoles: “¿También vosotros queréis marcharos?” (Jn 6, 67) ¿Qué podemos responderle al Señor? ¿Que no queremos marcharnos porque ya estamos lejos y hace tiempo que ni su persona ni su vida nos interesan? ¿Que necesitamos su ayuda y su gracia para permanecer fieles pero que tenemos muchas dificultades? ¿Que estamos con Él y no queremos alejarnos de Él porque solo Él tiene palabras de Vida eterna?
Pidamos al Señor que nos dé una fe auténtica, comprometida y misionera. Digámosle con Pedro: “¿Adónde vamos ir? Tú sólo tienes palabras de Vida eterna” (Jn 6, 68).