Mons. Jaume Pujol El 11 de octubre de 1962 comenzó el Concilio Vaticano II del que pronto, por tanto, celebraremos los 50 años de su inauguración. Con este motivo me he propuesto dedicar varias reflexiones de “A los cuatro vientos” a ese acontecimiento que marcó la vida eclesial del siglo XX y que continúa siendo una gran referencia.
Quiso el destino que mi llegada a Roma, para una estancia que se prolongó 11 años inolvidables, fuera justamente aquel 11 de octubre. Tenía 18 años, la vida por delante y, de modo inmediato, los estudios que iba a hacer de filosofía y teología.
No es extraño que, como miles de personas, me acercara siempre que podía a la Plaza de San Pedro para contemplar las entradas y salidas de los padres conciliares, llegados de todo el mundo, que en número de 2.700 se reunían en el Vaticano. De ellos, 2.500 obispos, porque había también como invitados miembros de otras religiones, observadores y peritos.
¡Quien iba a decirme entonces que 50 años después, recordaría el Concilio, ahora como arzobispo! Me siento empeñado en vivir fielmente sus enseñanzas y en proponerlas a través de estos escritos!
Naturalmente antes de llegar a Roma ya habíamos rezado mucho por el éxito del Concilio, la inesperada iniciativa anunciada por Juan XXIII en San Pablo Extramuros el 25 de enero de 1959. Desde entonces el Papa había consultado al episcopado mundial sobre los temas a tratar, dando una orientación que sería novedosa, atendiendo a que muchos concilios ecuménicos anteriores habían sido convocados para dictaminar una cuestión de fe o salir al paso de herejías.
Este iba a ser un “concilio pastoral”, que buscara un “aggiornamento” de la Iglesia en su relación con el mundo, y que favoreciera la unidad de los cristianos. No habría condenas explícitas, pero sí enseñanzas riquísimas. Juan XXIII declaraba, en 1962: “En nuestro tiempo la Esposa de Cristo prefiere usar de la medicina de la misericordia más que de la severidad”.
De los debates conciliares, seguidos por primera vez por miles de periodistas, salieron cuatro Constituciones, que, como de costumbre, se anuncian por sus dos primeras palabras latinas: “Dei Verbum”, sobre la revelación divina; “Lumen Gentium”, sobre la Iglesia; “Sacrosantum Concilium”, sobre liturgia; y “Gaudium et Spes”, sobre la Iglesia en el mundo actual. Fueron acompañadas de otros documentos, como decretos y declaraciones, algunos tan importantes como los referidos al apostolado de los laicos o a la libertad religiosa.
En próximos domingos me propongo hablar de estos textos que son un tesoro inacabable de inspiración para los cristianos de nuestro tiempo. Del Concilio se han dado diversas interpretaciones. El mejor modo de asomarse al espíritu conciliar es ser fiel a los textos que aprobó, a veces tras largos debates. Son documentos que pueden ayudarnos mucho en el camino de nuestra fe y vida cristiana.
† Jaume Pujol Balcells
Arzobispo metropolitano de Tarragona y primado