Mons. Manuel Ureña El pasado 26 de abril, la Conferencia Episcopal de España, que celebraba en Madrid su XCIX Asamblea Plenaria, aprobaba el texto pastoral tan denso en doctrina, “La Verdad del amor humano”[1]. Se trata de un documento amplio, sólido y bien fundado, muy valiente y necesario, sobre el ser de la persona humana, sobre el amor esponsal propio del matrimonio y sobre los fundamentos antropológicos de la familia.
Huelga decir que esta a modo de instrucción episcopal se encuentra sobradamente justificada habida cuenta de los profundos males que afligen hoy a la realidad del amor y al ser del matrimonio y de la familia.
En efecto, como dice el referido texto episcopal en su nº 4, las prácticas abortivas; las rupturas matrimoniales; la anticoncepción y las esterilizaciones; las relaciones sexuales prematrimoniales; la degradación de las relaciones interpersonales; la prostitución; la violencia en el ámbito de la convivencia doméstica; las adicciones a la pornografía, a las drogas, al alcohol, al juego y al internet han aumentado de tal modo que no resulta exagerado afirmar ser la nuestra una sociedad enferma.
Por otra parte, huelga decir que, por detrás y como vía de incremento y de proliferación de los fenómenos negativos señalados, se encuentra un alud de mensajes ideológicos y de propuestas culturales falsas. Mentemos, por ejemplo, la propuesta de la absolutización de la libertad del sujeto, la cual, desvinculada de la verdad, acaba por erigir las emociones en cuanto tales al rango de criterio dirimente del bien y de la moralidad.
Finalmente, es indudable que los hechos que hemos enunciado se han visto favorecidos en los últimos lustros por un conjunto de leyes que han diluido la realidad del matrimonio, convirtiendo éste, por así decir, en agua de borrajas, y han desprotegido todavía más el bien fundamental de la vida naciente. Se trata de un fenómeno, que contradice, por cierto, el ser de la democracia. Tal fenómeno consiste en asumir el Estado el discurso fuerte de una minoría social y en elevar éste al rango de ley vinculante para toda la sociedad.
A lo largo de ciento cuarenta y cinco números de gran espesor doctrinal, el documento de los obispos, “La verdad del amor humano”, nos habla, en primer lugar, de las notas nucleares del verdadero amor y, en concreto, del amor conyugal, cuya cima éste alcanza en el matrimonio cristiano (cf nº 1-44).
A continuación, entra el Documento en la contemplación pormenorizada y muy certera de las falsas imágenes de hombre hoy en vigor, entre las que sobresale la que resulta de la así llamada “ideología de género” (cf nº 45-81).
Por último, los capítulos “Amor conyugal, institución y bien común” (cf nº 82-115) y “Hacia una cultura del matrimonio y de la familia” (cf nº 116-141) reconstruyen la verdadera realidad de la persona y nos acercan al capítulo conclusivo, que versa sobre la misión y el testimonio del matrimonio y de la familia (cf nº 142-145).
Permitidme unas líneas que nos ayuden a captar la lógica interna del Documento.
La causa de los males que afligen al hombre es el pecado y, concretamente, el pecado de orgullo. Este pecado, que es el primero y capital, y que está en la base de todo pecado, lleva al hombre a negar a Dios, a negar su esencia y su existencia, y a ponerse él mismo en el lugar de Dios.
Pues bien, víctima del orgullo, preso de la soberbia, el hombre moderno y postmoderno intenta usurpar el poder creador del Dios previamente negado y muerto. Y, en el colmo de su delirio, quiere crear de nuevo el mundo y, lo que es peor todavía, pretende crear de nuevo al hombre, dar a éste un ser nuevo, una naturaleza distinta.
Pero el hombre moderno no se apercibe de que, al matar a Dios, está matándose a sí mismo, pues está negando su propia esencia, que es la imagen misma de la esencia divina.
No otro es el horizonte desde donde adquiere explicación todo lo que está aconteciendo en el ámbito de la persona, del matrimonio y de la familia.
¿Puede acaso concebirse la persona humana como el acto permanente de una libertad total, sin límite alguno, siendo la “naturaleza” (espíritu y cuerpo) algo irrelevante y sin importancia? Este principio del feminismo radical determina la “ideología de género”, según la cual el cuerpo y, por ende, la sexualidad no corresponden a la esencia del hombre y, por tanto, son mudables. La esencia del hombre es sólo la libertad. Todo lo demás es cultural y relativo.
Os exhorto a la lectura, comprensión y estudio de este gran documento del episcopado español.
Y os deseo un feliz descanso en agosto.
† Manuel Ureña
Arzobispo de Zaragoza