Mons. Francisco Gil Hellín En una sociedad en la que con un clic ha llegado a Australia un largo mensaje enviado desde Burgos o en el que las radios y las televisiones están dando continuamente noticias, puede parecer chocante relacionar comunicación y silencio. Si nos acercamos a observar lo que vemos casi todos los días, comprenderemos que el silencio y la palabra lejos de ser antitéticos e irreconciliables son grandes amigos.
Pensemos, por ejemplo, en esa madre que sonríe y hace gracias a su bebé de pocos meses e incapaz todavía de hablar. ¿Por qué sonríe el complacido? Evidentemente, porque entre él y ella se ha establecido un cauce maravilloso por el que discurre la comunicación del amor. Fijémonos en ese anciano que empuja en silencio el carrito de su esposa imposibilitada. Quienes lo contemplamos, ¿no percibimos que el amor entre ambos ha llegado a la calidad del vino añejo?
Si desde la realidad de todos los días queremos dar el salto a lo excepcional y sublime, contemplemos a Jesucristo muerto enla Cruz.Nodice una sola palabra. Pero su silencio es tan elocuente, que un centurión pagano capta el mensaje profundo que esconde aquel modo de morir: “Realmente, este hombre era hijo de Dios”.
Basten estos ejemplos para poner de relieve que comunicar es mucho más que decir palabras y que cuando más palabras se dicen, más y mejor se comunica. La palabra hablada o escrita es, sin duda, un poderosísimo medio de comunicación. Pero también se comunica con el silencio, con los hechos y conla imagen. Así, se puede transmitir la belleza de nuestra catedral en una gran conferencia. Ahora bien, quien contemple la fachada de las torres una tarde soleada de otoño, cuando el sol se cuela por los resquicios del apostolado, puede quedar subyugado por tanta belleza. Y, si es creyente, exclamar en lo íntimo de su alma ¡qué grande es Dios y qué maravillosos fueron los artistas que la construyeron!
Con este telón de fondo quizás se entiende mejor que el Papa haya elegido como lema dela Jornadade las Comunicaciones Sociales, que celebramos hoy, el lema “Silencio y Palabra”. Él, que es un gran comunicador, sabe muy bien, que donde no hay silencio “no existen palabras con densidad de contenido”. En el silencio nace y se profundiza el pensamiento, comprendemos con más claridad lo que queremos transmitir, elegimos el medio con el que queremos hacerlo. El silencio es tanto más importante cuanto más abundantes son los mensajes yla información. Porquesin el silencio no es posible discernir cuál es lo importante, lo superficial, lo inútil y lo contraproducente.
Esto vale de modo especial cuando hay que informar sobre las preguntas verdaderamente importantes, que se plantean los hombres y mujeres de hoy, como lo han hecho los de todos los tiempos: ¿quién soy yo?, ¿qué debo hacer?, ¿que puedo esperar? También es aplicable a las grandes cuestiones que afectan al bien común. ¡Qué difícil es informar sin informarse a conciencia de los datos, sin cribar el grano de la paja, sin descubrir lo que es noticia y lo que es intoxicación para arruinar la fama de una persona o de un grupo! Ahora bien, informarse, tener juicio crítico y ahondar en las cosas es imposible sin el silencio del estudio, la reflexión y la ponderación.
El silencio es esencial para informar con verdad, con hondura y con el deseo de llevar certezas y esperanzas a las mentes y a los corazones. También lo es para acoger a los demás, para escucharles y para aprender de ellos. Quien descuida el cultivo de la propia interioridad, termina cayendo en la superficialidad, en los tópicos, incluso en la mentira continuada. Quizás esto explique que todas las tradiciones religiosas –especialmente las orientales- concedan gran importancia a la soledad, al silencio, a la meditación. La tradición cristiana también ha cultivado siempre los espacios de silencio, de oración, de meditación y de compartirla Palabrade Dios. Como dice el Papa, “si Dios habla al hombre en el silencio, el hombre descubre en el silencio la posibilidad de hablar con Dios y de Dios”. La experiencia del Camino de Santiago lo evidencia todos los días.
+ Francisco Gil Hellín
Arzobispo de Burgos