Mons. Jaume Pujol “En aquel tiempo el Espíritu empujó a Jesús al desierto. Permaneció cuarenta días en él, dejándose tentar por Satanás”, dice el evangelio de San Marcos de este último domingo de febrero, primero de la Cuaresma de este año. Mateo y Lucas nos refieren las tres tentaciones de Jesús, los tres intentos, en su lucha interior, de apartarle de la misión que tenía confiada.
Para reflexionar sobre estas sorprendentes escenas –Dios dejándose tentar por el padre de la mentira- me serviré de las profundas reflexiones que hace sobre estos episodios Benedicto XVI en el primer tomo de su obra monumental “Jesús de Nazaret”. El autor señala: “El núcleo de toda tentación es apartar a Dios que, ante todo lo que parece más urgente de nuestra vida, pasa a ser algo secundario, o incluso superfluo y molesto, (…) dejar a Dios de lado como algo ilusorio, ésta es la tentación que nos amenaza de muchas maneras”.
Veamos las tres tentaciones. En la primera le pide que convierta las piedras en pan, algo útil, material, bueno en sí mismo, práctico. En la segunda el diablo llega a citar la Biblia, cuando le invita a hacer algo espectacular: arrojarse desde lo alto para que crean en él. En la tercera, le muestra todos los reinos de la tierra y su esplendor y le ofrece dominar sobre el mundo, es decir, el poder. ¿O acaso estaría mal que Cristo mandara en el mundo?
“Es propio de la tentación –dice el Papa- adoptar una apariencia moral; no nos invita directamente a hacer el mal, eso sería muy burdo. Finge mostrarnos lo mejor: abandonar por fin lo ilusorio y emplear eficazmente nuestras fuerzas en mejorar el mundo”.
En la historia tenemos ejemplos de ideologías que van por este camino. Una aseguraba que la religión era el opio del pueblo, un engaño a los pobres para el conformismo. Otra decía que el perdón es inútil, la humildad nociva, el poder era lo importante y el Estado podía resolver los problemas. Una tercera, que el capital y el mercado son el verdadero Dios que mueve el mundo, el juego de las voluntades individuales en busca del placer de cada uno formando un equilibrio que funciona.
A nivel personal la tentación de apartar a Dios de lo que parece más urgente, lleva a veces a dejar la oración, los sacramentos y la vida de piedad para más adelante, cuando tengamos tiempo, o tengamos ganas.
El núcleo de toda tentación es ponernos como protagonistas y dar a Dios un papel secundario en nuestra vida, como si fuera en ella un actor de reparto en la película de nuestra existencia. La enseñanza de Jesús es otra: primero, amar a Dios; segundo, amar al prójimo. Es la llave de la superación de todo engaño, la clave de la felicidad que sólo hallamos cuando la buscamos en Dios y en el servicio a los demás.
† Jaume Pujol Balcells
Arzobispo metropolitano de Tarragona y Primado