Una de las últimas instrucciones de Cristo a sus apóstoles antes de subir al cielo fue: “Seréis mis testigos, hasta el confín de la tierra” (Hechos 1,8). Para la Iglesiael primer medio de evangelización consiste en un testimonio de vida auténticamente cristiana, entregada a Dios en una comunión que nada debe interrumpir y a la vez consagrada igualmente al prójimo con un celo sin límites. “El hombre contemporáneo escucha más a gusto a los que dan testimonio que a los que enseñan, o si escuchan a los que enseñan, es porque dan testimonio… Será sobre todo mediante su conducta, mediante su vida, como la Iglesia evangelizará al mundo, es decir, mediante un testimonio vivido de fidelidad a Jesucristo, de pobreza y desapego de los bienes materiales, de libertad frente a los poderes del mundo, en una palabra de santidad” (Pablo VI, Evangelii Nuntiandi, 41).
En las circunstancias actuales, marcadas por un egoísmo que induce al individualismo y la exclusión, la Iglesiaaparece, a través de sus múltiples instituciones organizadas y la caridad pastoral de muchos de sus sacerdotes, con una especial sensibilidad y cercanía a los más necesitados, expresada en unos compromisos prácticos como son la promoción y la defensa de la vida humana, el cuidado de los enfermos y de los ancianos, la acogida de los marginados y de los inmigrantes, la cercanía hacia las víctimas de la violencia o de los malos tratos, el respeto a los derechos humanos, la promoción de la justicia social a través de la predicación de la Doctrina Social de la Iglesia, actualizada en la última encíclica de Benedicto XVI, Caritas in Veritate (2009).
Vivimos inmersos en una crisis religiosa de hondo calado. Muchos hombres se sienten lejanos y ausentes de la mano de Dios Padre, sordos a su llamada e indiferentes a su voluntad sobre nuestra vida. Benedicto XVI lo denunciaba recientemente: “El auténtico problema en este momento actual de la historia es que Dios desaparece del horizonte de los hombres y, con el apagarse de la luz que proviene de Dios, la humanidad se ve afectada por la falta de orientación, cuyos efectos destructivos se ponen cada vez más de manifiesto”. También los laicos cristianos están llamados a dar testimonio de que la fe cristina es la única respuesta concreta a los interrogantes que plantea la vida a cada hombre y a cada sociedad y ellos pueden insertar en el mundo los valores y el reino de Dios, promesa y garantía de una esperanza que no defrauda.
Con todo, esta tarea evangelizadora la realizarán de acuerdo con su misión propia y específica, que es vivir en el mundo, de tal manera que contribuyan a la transformación de las realidades y a la creación de unas estructuras justas de acuerdo con los criterios del Evangelio. Como afirmó el Episcopado latinoamericano en el documento de Aparecida: “al participar de esta misión, el discípulo camina hacia la santidad. Vivirla en la misión conduce al corazón del mundo. Por esto, la santidad no es una huida hacia el intimismo o hacia el individualismo religioso, tampoco es un abandono de la realidad urgente de los grandes problemas económicos, sociales y políticos del mundo y, mucho menos, una huida de la realidad hacia el mundo exclusivamente espiritual”.
Es necesario encontrar hombres y mujeres que con la propia conducta de vida sostengan el compromiso evangelizador que viven. Los Liniamenta del Sínodo sobre la Nueva Evangelización que se está preparando llegan a hablar de la actual “emergencia educativa”, para acrecentar la demanda de educadores que sepan ser testigos y creíbles de aquellas realidades y de aquellos valores sobre los cuales es posible fundar tanto la existencia personal de cada ser humano como los proyectos compartidos de la vida social. Uno de los signos más relevantes de nuestro tiempo es el hecho de que justamente los fieles laicos están llamados a alinearse en primera fila, como protagonistas en la tarea de la nueva evangelización. Ser laico enla Iglesia es una verdadera vocación. Los laicos, insertados en Cristo a través del bautismo, partícipes, por lo tanto, de la triple misión sacerdotal, profética y real, son sujetos activos y responsables de la misión que el Señor ha confiado a su Iglesia, “Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva” (Mc 16,15). El Concilio Vaticano II nos recuerda que enla Iglesia «hay diversidad de ministerios, pero unidad en la misión», por lo tanto, la misma vocación cristiana es de por sí una vocación misionera, todos somos responsables de la misión. El elemento específico de la vocación de los laicos consiste en la “índole secular”. A los laicos —explica el Vaticano II— pertenece por propia vocación buscar el reino de Dios tratando y ordenando, según Dios, los asuntos temporales. Viven en el siglo, es decir, en todas y cada una de las actividades y profesiones, así como en las condiciones ordinarias de la vida familiar y social con las que su existencia está como entretejida.
+Ángel Rubio Castro
Obispo de Segovia