Primero fue Ratisbona. Después la Spezia. Luego París y Londres. Ahora el Parlamento alemán. En todos estos escenarios Benedicto XVI ha abordado con agudeza y hondura la naturaleza, vinculación y diferencia entre razón y fe, entre política y religión, entre libertad y verdad. En su reciente intervención ante los representantes políticos de su país se ha preguntado qué relación existe entre política y justicia, y, como derivación, la necesidad de un derecho anterior y superior al consenso de la mayoría que garantice la dignidad e igualdad de todas las personas.
Arrancando de una cita clásica y famosa de san Agustín: “Quita el derecho y, entonces, ¿qué distingue el Estado de una banda de bandidos?”, el Papa ha sentado la siguiente tesis: “Servir al derecho y combatir el dominio de la injusticia es y sigue siendo el deber fundamental del político”. El Papa no podía dejar de referirse y, así lo ha hecho, a las terribles experiencias del nazismo y del comunismo en Alemania. “Nosotros los alemanes, hemos experimentado cómo el poder se separó del derecho, se enfrentó contra él; se pisoteó el derecho, de modo que el Estado se convirtió en instrumento para la destrucción del derecho; se transformó en una cuadrilla de bandidos muy bien organizada, que podía amenazar el mundo entero y llevarlo al borde del abismo”
Por ello, si en este momento histórico el hombre ha adquirido un poder hasta inimaginable y capaz de “destruir el mundo”, el deber del político de preguntarse qué es lo justo y aplicarlo, es “algo particularmente urgente”. Pero esto lleva a otra cuestión ulterior y más fundamental todavía: “¿Cómo podemos reconocer lo que es justo? ¿Cómo podemos distinguir entre el bien y el mal, entre el derecho verdadero y el derecho aparente?”
El Papa responde remitiéndose al criterio de mayorías. “Para la mayor parte de la materia que se ha de regular jurídicamente, el criterio de la mayoría puede ser criterio suficiente”. Pero este criterio no vale para todas las cuestiones. Como prueba de cargo, ahí están las dictaduras terribles del nazismo y del comunismo marxista.
Por eso, Benedicto XVI no duda en hacer esta grave afirmación: “es evidente que en las cuestiones fundamentales del derecho, en las cuales está en juego la dignidad del hombre y de la humanidad, el principio de la mayoría no basta”. Consiguientemente, una persona responsable debe buscar otros criterios de orientación para saber lo que es justo.
A lo largo de la historia, los ordenamientos jurídicos han estado casi siempre motivados por la religión: “Sobre la base de una referencia a la voluntad divina, se decide aquello que es justo entre los hombres”. El cristianismo, en contra de lo que, a veces, se dice, “nunca ha impuesto al Estado y a la sociedad un derecho revelado, un ordenamiento jurídico derivado de la revelación”.
El cristianismo se ha remitido “a la naturaleza y a la razón como verdaderas fuentes del derecho, se ha referido a la armonía entre razón objetiva y subjetiva”, aunque “presupone que ambas esferas estén fundadas en la Razón creadora de Dios”. De la simbiosis entre Jerusalén, Grecia y Roma salió la cultura jurídica occidental, “que ha sido y sigue siendo de una importancia determinante para la cultura jurídica de la humanidad”. Una cultura que ha defendido que toda persona, por el hecho de serlo, tiene una dignidad inviolable e inalienable.
Dado que ahora muchos ambientes de Europa rechazan este iusnaturalismo como subcultura y se rige por el positivismo jurídico “¿carece verdaderamente de sentido reflexionar sobre si la razón objetiva que se manifiesta en la naturaleza no presupone una razón creativa?” Personalmente pienso que no sólo es pertinente sino inaplazable.
+ Mons. Francisco Gil Hellín, Arzobispo de Burgos