Con motivo de los 150 años de la muerte de Juan María Vianney, el Santo Cura de Ars, el Papa ha convocado a la comunidad católica a vivir un año especialmente centrado en la promoción de un compromiso de renovación interior de los sacerdotes a fin de que su testimonio evangélico en el mundo actual sea más intenso e incisivo. Lo hace desde el convencimiento del don inmenso que suponen los sacerdotes, no tan sólo para la Iglesia sino para la humanidad.
No desconocemos defectos y fragilidades en sacerdotes y obispos, pero tendremos que reconocer con admiración y agradecimiento los esfuerzos apostólicos de la inmensa mayoría de ellos, el servicio infatigable y escondido y los mil actos de aquella caridad que no excluye a nadie. Demos gracias por la fidelidad entusiasta de tantos de ellos que, a pesar de las dificultades e incomprensiones, perseveran en su vocación de «amigos de Cristo», llamados personalmente, elegidos y enviados por Él. Seguro de que todos hemos conocido a algún Sacerdote que llevamos en el corazón de manera espacialísima y que ha sido para nosotros un ejemplo de entrega sin reservas, comprometido muy generosamente en el ejercicio ordinario de su ministerio.
Estamos invitados a hacer de este año un año de plegaria intensa por esta intención especial y bien precisa. Es una convocatoria a «rogar siempre, sin perder nunca la esperanza, sin desfallecer», actualizando aquello que leemos en el Evangelio de Lucas (18,1) y a tantos otros textos de la Biblia.
Queramos acoger, también nosotros, esta invitación y acerquémonos a Dios para alimentarnos y no vivir «no solo de pan sino de toda palabra que sale de la boca del Señor» (Dt 8,3; Mt 4,4). La plegaria la hacemos acompañados por Jesús y en su nombre. De esta manera, la Palabra de Dios «ilumina mis pasos, es la claridad que me ilumina el camino» (Sal 119,105), un camino hecho a base de repetir actos de conversión a Dios y a los hermanos, un proceso personal que a todos nos tiene que llevar a discernir sobre la coherencia de nuestras vidas, y a nosotros (sacerdotes y obispo) sobre la validez de nuestra espiritualidad y acción pastoral. Porque la Palabra de Dios, si bien es como la lluvia que empapa la tierra, la fecunda y la hace germinar, haciendo florecer la aridez de nuestros desiertos espirituales (cf. Is 55,10-11), también es «viva y eficaz y más penetrante que una espada de dos filos: llega a distinguir el alma y el espíritu, las articulaciones y el muelle de los huesos; y discierne las intenciones y los pensamientos del corazón» (He 4,12).
El Papa, en la Carta de convocatoria, reconoce que hay también situaciones deplorables en las que la Iglesia misma sufre por la infidelidad de algunos de sus ministros y el mundo sufre el escándalo y el abandono. Pero ante estas situaciones, dice él, lo más conveniente no es tanto resaltar escrupulosamente las debilidades y sí renovar el reconocimiento gozoso de la grandeza del don de Dios que ha sido encarnado en espléndidas figuras de Pastores generosos, consejeros clarividentes y pacientes, religiosos llenos de amor a Dios y a los hermanos. En este sentido, la enseñanza y el ejemplo de san Juan Maria Vianney es un referente muy significativo.
Recibid el saludo de vuestro hermano obispo,
+ Joan Piris Frígola
Obispo de Lleida