LA IGLESIA Y LOS PRESOS, carta de Mons. Vicente Jiménez Zamora, Obispo de Santander El tiempo de la Cuaresma es oportuno para practicar las obras de misericordia, que son acciones caritativas mediante las cuales ayudamos a nuestro prójimo en sus necesidades corporales y espirituales. Entre las obras de misericordia corporales esta el visitar a los enfermos y a los presos. En esta carta pastoral ofrezco unas breves reflexiones sobre el tema: La Iglesia y los presos. El ministerio penitenciario forma parte ineludible de la misión pastoral de la Iglesia. El tema es de permanente actualidad y está planteado para provocar la reflexión y la interpelación, y para urgir una presencia comprometida de nuestra Iglesias Diocesana en el mundo de los presos. Se trata de un proceso mutuo y de un encuentro recíproco entre la Iglesia y los presos.
El autor de la carta a los Hebreos dice: “acordaos de los presos como si estuvierais con ellos encarcelados” (Heb 13, 3). La Iglesia, fiel al programa del Evangelio de Jesús: “Estuve en la cárcel y vinisteis a verme” (Mt 25, 36), ha aportado desde los primeros tiempos una pastoral de presencia, acompañamiento, ayuda, dedicación a las personas privadas de libertad y a sus familias. Han cambiado las formas y los estilos de la acción pastoral a lo largo de los siglos, pero la Iglesia, a través de las Órdenes Religiosas, Capellanes, Parroquias, Voluntarios, se ha esforzado por estar cerca de los presos y anunciarles con palabras y con gestos el Evangelio de la salvación de Dios, ofrecida en su Hijo Jesucristo. La Iglesia debe hacerse promotora de la dignidad humana, también de aquellos que han errado o cometido crímenes y delitos. Debe promover una cultura de los derechos humanos que, sin negar las exigencias de la justicia, sabe y es capaz de indicar los caminos de la confianza y de la esperanza.
La Pastoral Penitenciaria de nuestra Iglesia Diocesana ha tomado conciencia viva de la situación integral de los presos y está planteando una actuación seria y comprometida en el mundo de las cárceles en las fases de prevención, prisión y reinserción. Es la respuesta del compromiso cristiano, que ve en el preso un hijo de Dios y un hermano nuestro.
En esta Cuaresma nuestro deseo es interpelar nuestra conciencia, nuestra fe y nuestras comunidades cristianas en orden a ser fieles al mensaje de Jesucristo.
Las personas encarceladas son uno de los ámbitos privilegiados para toparnos con el Dios del Evangelio, ya que en su fragilidad se manifiesta y encarna más ampliamente la misericordia de Dios, posibilitando el perdón. La comunidad eclesial, alimentándose de la misericordia divina, ha de hacer suyas las miserias y carencias de estas personas para pasarlas por el corazón de Dios y llenarlas de libertad. Ojalá que cuantos nos sentimos Iglesia descabalguemos nuestra comodidad y prejuicios, implicándonos en el dolor de las víctimas y agresores, hasta llegar a transformar el lento tiempo de la cárcel en tiempo de Dios, en tiempo de gracia y misericordia, como nos invitaba Juan Pablo II en el Mensaje Jubilar del año 2000.