CUARESMA, TIEMPO DE ORACIÓN
La cuaresma invita a rezar. La plegaria es estar con quien sabes que te ama, relacionarte con Dios. ¿Cuantas personas hay, hoy, que hayan experimentado el sentimiento de la presencia de Dios? El hombre de nuestro tiempo en occidente es muy materialista, y a duras penas le queda el gusto por la riqueza interior que constituye la consciencia de su propia identidad.
Nuestros ojos solo ven lo que se palpa, lo que puede medirse, lo que es posible comprobar experimentalmente. Saint Exupéry decía que «lo esencial es invisible a los ojos». Fácilmente el dinero, la voluptuosidad, la ambición, el éxito, matan en nosotros la percepción del misterio que nos envuelve desde que nacemos hasta que morimos.
Por esto, la oración, no es fácil para los hombres y mujeres de hoy. Sin embargo, la recomendación de Jesús es muy clara y categórica: «es conveniente orar siempre y sin desfallecer», y también esta otra: «velad y orad para no caer en la tentación; el espíritu está a punto, pero la carne es flaca».
Para fundamentar la necesidad que todos los cristianos tienen de rezar, hay que pensar en nuestras relaciones interpersonales con Dios como unas «relaciones de amor». El amor eterno, infinito y gratuito que Dios nos tiene a cada uno de nosotros ha conquistado nuestro corazón, y nuestra respuesta es una respuesta de amor a Dios. Nuestras relaciones con Dios son como las relaciones entre el amado y la amada.
Los cristianos han de encontrar cada día unos momentos generosos de silencio, de estar con el Señor, para poder vivir el don de la «piedad» que da el Espíritu Santo. Dios habla en el silencio. La oración, como un tiempo dedicado explícitamente a Dios, aporta un tono a la vida de cada día. Hay que entrar en los aposentos íntimos del corazón y cerrar la puerta, como enseña Jesús en el Evangelio. Entonces, como dice el Señor, «reza a tu Padre que está en lo secreto y él te lo recompensará».
La oración diaria personal ayuda a entender y a vivir mejor la plegaria litúrgica. Por esto el Concilio Vaticano II nos hace ésta advertencia: «La participación en la sagrada liturgia no incluye toda la vida espiritual. En efecto, el cristiano, llamado a orar en común, ha de entrar también en su estancia intima para orar al Padre en secreto.»
San Juan Crisóstomo, en el siglo IV, enseñó a los cristianos de su tiempo cómo podían conseguir lo que modernamente llamamos «la dimensión contemplativa de la vida cristiana». Les decía: «no hay nada mejor que la oración y el coloquio con Dios para ponernos en contacto inmediato con Él. Entonces es cuando nuestro espíritu es iluminado por su luz inefable». Y el santo añadía aun: «me refiero a aquella oración que no se hace rutinariamente, sino de corazón; que no queda circunscrita a unos momentos determinados, sino que se prolonga sin cesar noche y día». En el fondo, ésta oración presupone, como un elemento imprescindible, el dialogo con Dios y su recuerdo.
La tradición de la Iglesia nos propone algunos ritmos de oración destinados a alimentar la plegaria continua. Algunos de estos son diarios: la oración de la mañana y de la noche, antes y después de las comidas, la liturgia de las Horas. El domingo, centrado en la eucaristía, es santificado principalmente por la plegaria. El ciclo del año litúrgico y sus grandes fiestas son los ritmos fundamentales de la vida de oración de los cristianos. La Cuaresma es, en el año litúrgico, un tiempo fuerte de oración.
† Lluís Martínez Sistach
Cardenal Arzobispo de Barcelona